Azar intentaba liberarse de las garras
de su captor, forcejeando e intentando patalear. Buscó su arco que
había quedado fuera del alcance en el momento en el que se despojó
de su camisa, la única opción que le quedaba era la daga guardada
en su bota pero no tenía manera de llegar hasta ella. Por un
instante vio como Juan planeaba algo y antes de que pudiera
arriesgarse gritó:
-¡Juan!¡Vete, escóndete!
El niño corrió fugaz tras unos
segundos de vacilación pero al pronunciar esas palabras las manos de
Lobo se apretaron más sobre la mulata piel.
-Y eso que parecías una chica buena...
¿Te acuerdas de aquello que te dije? ¿Aun tienes eso que tanto
tiempo atrás te di?- Lobo empezó de nuevo a susurrar a su oído
pero Azar no quería seguir escuchándolo, quería zafarse de ese
abrazo forzado y más aun al ver la espada colgada del cinto de Lobo.
Azar giró bruscamente la cara e
intentó morder a Lobo en el labio, pero falló aunque el giro
brusco hizo desestabilizarse a Lobo que debido al encharcado suelo
calló llevándose consigo a Azar. Empezaron a rodar por el suelo
mientras Azar notaba como el agua calaba su espalda desnuda. Liberó
su brazo del de Lobo y rápida como el viento extrajo la daga de su
bota y apuntó instintivamente a Lobo, aun sin saber si lo que quería
era matarlo. Apoyó un pie en el suelo que hizo que pararan de rodar,
quedando Azar sobre Lobo, apuntando con el cuchillo a su pecho. Azar
sabía que no aguantaría mucho sin que su contrincante se apoderara
del arma y la usara en su contra, pero necesitaba pensar en que debía
hacer; ese simple instante de vacilación le dio la victoria a Lobo.
-¿Crees que puedes vencerme mujer?-
Dijo Lobo siendo el ahora el que estaba sobre Azar. Manipulaba la
daga con fluidez apoyándola en la mejilla de Azar.- Sigues siendo
igual de curiosa y arrogante, ya te dije cuando te conocí que
seríamos un gran equipo... y aun sigo esperando una respuesta.
Azar giró bruscamente la cara para
desviar la vista de esos ojos azules que la observaban. Estaba
tiritando por el frío y apretaba las mandíbulas en signo de
abstinencia. De repente el peso que estaba sobre ella se esfumó y
se encontró libre. Instintivamente se encogió sobre sí misma
esperando el golpe de gracia quizás, pero este no llegó y Azar se
atrevió a abrir los ojos. Lobo le tendía la mano como ayuda para
levantarse.
Reacia a la invitación se levantó
sola con un poco de dificultad pues notaba un agudo dolor en el pie
izquierdo. Buscó su camisa y la encontró junto a su capa, su arco y
sus flechas. Se dirigió hacia ellas intentando no cojear, intentando
no parecer débil. Se vistió y se abrigo todo lo que pudo. Aun no
sabia porque Lobo la había dejado libre pero más le sorprendió
encontrarlo de pie junto a ella, esperándola.
Juan había llegado a la posada y
entre todo el tumulto de gente intentó llegar hasta su padre para
pedir ayuda. Casi había llegado, podía ver la figura rechoncha que
servía platos y llenaba jarras, pero en el momento que las palabras
estaban a punto de salir de su boca la puerta se abrió de par en
par.
Una figura alta que el niño ya bien
conocía entró a la posada y Juan intentó esconderse como pudo
detrás de una silla. Volvió la mirada hacia la puerta para ver si
el peligro había pasado pero su sorpresa fue enorme cuando tras el
alto hombre vio aparecer otra figura más menuda y encapuchada. Pensó
que lo mejor sería esperar a que las cosas se calmaran, hasta poder
saber si su antiguo socio, o más bien, socia, le verificara que todo
estaba bien.
Azar escondía todo lo que podía su
rostro bajo la capucha, pues ahora que el maquillaje había
desaparecido corría el riesgo de que alguien la identificara como
mujer. Se adelanto a los pasos de Lobo el cual miró a su joven
escudero que lo aguardaba en una silla de la estancia. El aligerar el
paso no ayudó en nada a disimular el dolor de su tobillo y apretando
los dientes subió las escaleras deprisa hasta llegar a su
habitación. En cuanto intentó girar el pomo se percató de que
antes de ir al monasterio había dejado la llave echada por el
interior. Frente a esto calló al suelo de impotencia y cansancio,
recogiendo sus piernas y apoyando la frente sobre su rodilla. Los
ojos empezaron a pesarle cada vez más y más, hasta que el cansancio
pudo con ella y calló sumida en un intranquilo sueño, allí frente
a la puerta de su habitación.
Un rayo de sol acarició su mulata piel
haciendo que poco a poco abriera los ojos hasta encontrarse tumbada
en la cama de la habitación en la posada, con la capa doblada a su
lado y la ventana entre abierta. Por un momento pensó que todo lo
sucedido ayer había sido un mal sueño pero cuando se fue a levantar
el dolor la trajo a la realidad. Su tobillo no había mejorado en
absoluto y la caída y el forcejeo de ayer le había provocado
alguna que otra magulladura y corte en la espalda y los brazos.
No tenía hambre por lo cual se puso su
capa otra vez y maquilló su cara con polvos blancos que disimulaban
sus facciones y ocultaban su tono de piel. Ni siquiera se molestó en
cambiarse de ropa ni coger el arco y las flechas. Necesitaba que
alguien le echase un vistazo a su pie, y el único lugar que conocía
era el mismo donde anoche sucedió todo. El monasterio.
Llegó momentos después al edificio.
Nadie paseaba por las calles de Toledo ,sin embargo, cuando con ayuda
de un bastón improvisado Azar llegó hasta el portón pudo escuchar
bullicio a través de la puerta.
Tocó una , dos veces y esta vez un
monje le abrió la puerta al instante.
-Buen, hombre ¿podría ayudarle en
algo?-Le preguntó el monje. Azar asintió despacio y explicó su
circunstancia. Poco tiempo después era conducida por el agradable
hombre a través del jardín interior, hasta un cuarto lleno de botes
y estantería donde varias camas vacías estaban alineadas.
-Espere aquí un momento, Un monje
vendrá a curarle.
Se sentó en una de las camas y
descansó el pie. La puerta estaba abierta y daba a un hermoso huerto
cuidado y mimado. La atmósfera era casi mágica, el olor del jazmín,
el romero y el tomillo se mezclaban juntos en la sala mientras que
unos rayos de sol se filtraban lamiendo la piel de Azar.
Miró curiosa algunos monjes que se
arrodillaban en el huerto plantando verduras y regando algunas
plantas. Entonces desde lo lejos divisó un novicio que ella ya bien
conocía. Desvió la mirada. No sabía si quería que fuera el quien
la curase, aunque por otro lado no le importaba en absoluto hablar
con él. De todas maneras Pedro parecía ser el monje que debía
curarla.
-¿Usted aquí otra vez?- le dijo
educadamente el novicio sonriéndole. Llevaba el hábito algo sucio
debido a la tierra, pero su rostro desprendía luz.
-Ayer resbalé debido a la lluvia y me
lastimé el tobillo.- Mintió Azar. Pedro se arrodilló y examinó su
pie haciendo varios movimientos. Con cada movimiento la cara de Azar
se contraía en una mueca de dolor.
El chico se levantó del suelo y se
dirigió a una de las numerosas estanterías, cogiendo algunas
hierbas, aceites y vendas. Trató y vendó el tobillo lastimado
mientras él y Azar comentaban distintas obras de diversos hombres de
letras.
El calor a media mañana se hacía de
notar y Azar acabó por quitarse la gruesa capa granate quedándose
solamente con su ancha camisa, manchada en algunos lugares de
pequeñas gotas de sangre. Eran las heridas de la caída de anoche,
meros rasguños que a penas habían sangrado, lo que realmente le
dolía a Azar eran los cardenales de la espalda, sin embargo las
simple manchas bastaron para levantar las preocupaciones del joven.
-Deje que le mire también esas
heridas.-dijo acercándose e intentando levantar peligrosamente la
camisa, acto que Azar detuvo.
-¡NO!no.. no es nada, no es
necesario.- Casi gritó Azar.
-Insisto, no tardaré na...-EL novicio
había sido más rápido que ella y había levantado lo suficiente
la camisa como a parte de ver los pequeños cortes y los numerosos
cardenales, pudiera ver el pecho vendado y abultado que escondía la
camisa. No acabó si quiera la frase mientras se alejaba de ella,
susurrando cosas que Azar no entendía. Cerró la puerta que daba al
patio y echo el pestillo. Azar nerviosa cerró los ojos y suspiró.
Llevaba dos años viajando por toda España vestida como hombre y
nadie había sospechado, sin embargo, dos días en Toledo le habían
supuesto un desagradable reencuentro, magulladuras y que tres
personas supieran su secreto, haciendo peligrar tanto su mentira,
como su propia seguridad.
El nerviosismo empezó a atacar al
joven cuyas manos temblaban. Se dirigió al fin a Azar, sonrojado por
un pudor repentino y a la vez enfadado:
-¡¿Pero qué has hecho?!- dijo el
novicio.
-No se lo dirás a nadie ¿verdad? -
eludió la pregunta Azar.
-Pe-pero... ¿estás loco? Q-que diga
loca...¿Sabes lo que te puede pasar si te descubren? ¿Por qué lo
has hecho? - Empezó a tartamudear, temiendo que la mentira acarrease
mayores males que los que imaginaba. Pero Azar había estallado en
una convulsión de pensamientos que se chocaban unos entre otros en
su mente y temiendo que la pregunta que tantas veces se había hecho
a si misma en un pasado volviese a martirizarla.
-¡¿Sabes todo lo que me ha pasado
por hacerlo?! ¿Todo lo que he visto? ¿todo lo que he aprendido, lo
que he leído? Lo he hecho por exactamente lo mismo que tú, porque
el ansia de saber también corre por mis venas. Porque estaba harta
de ser “mujer” y todo lo que eso conlleva.
Pedro se había quedado sin
argumento,sin saber que decir hasta que unas palabras brotaron de sus
labios, livianas como el agua:
-Pero hay otras opciones...- su cara
ya no era de enfado.
Azar se levanto aun cojeando y se
dirigió a la puerta ignorando si Pedro estaba dispuesto a guardar su
secreto. Abrió la puerta y cuando su figura se recortó contra el
sol dijo si girarse:
-Dime una sola opción...-Por
respuesta solo obtuvo el silencio. Estaba cada vez más harta de las
idealizaciones sobre las personas, de los límites que marcaban tu
piel o tu sexo, estaba harta de someterse en un mundo lleno de leyes.
Por eso, a modo de despedida, quizás definitiva solo dijo- Lo
suponía... ¿Cuántas mujeres hay en este monasterio Pedro?
Sin más la puerta se volvió a cerrar
con un portazo.