viernes, 7 de diciembre de 2012

Trabajo trimestral, Cristina Rodríguez Olvera.


Las apariencias engañan.
Todo empezó un diciembre de 1528, cuando un muchacho de diez años me dijo que era escultor y que su padre, un noble con mucho poder, le dijo que hablase conmigo, un simple criado, para que le concediese un deseo; el deseo de ayudar al Papa en su última petición, una escultura del ser humano. Pero poco a poco descubrimos que el Papa no quería una escultura cualquiera...

Una tarde de diciembre mientras yo limpiaba los platos después de haberle servido la comida a mi amo, el hijo de este se me acercó corriendo y me dijo:  
                                                                        
-Necesito tu ayuda, tú vas a cumplir mi deseo.
              
Tardé unos minutos en reaccionar, ¿qué querría el hijo de mi amo, un noble con mucho poder, de mi, un simple criado? Cuando terminé de formularme esta pregunta le dije:   
                                                       
-¿Yo? No creo que pueda cumplir deseos muchacho.
                                                                   
–Sí, si que puedes, mi padre te ha encomendado para ello, y es que tú me llevarás hasta el Papa que ha pedido que hagamos una escultura del ser humano y yo quiero conseguir que mi escultura sea la que gane.  
                                                              
-¿Pero tú eres escultor? Solo tienes diez años. 
                  
-¡Claro que lo soy! La edad no importa si haces lo que te gusta.-dijo un poco ofendido.   
                                                     
–Bueno, bueno está bien, ya sé porque te han mandado hasta mi, yo tengo un amigo que conoce al Papa, a ver que podemos hacer.          
                                                          
-¡Bien! Por fin cumpliré mi sueño- y el muchacho se abalanzó hacia mi y casi me caigo, claro que menos mal que estaba la puerta detrás para sostenerme.

Al día siguiente Carlos, que era el nombre del muchacho, me dijo que esa misma noche partiríamos hacia Roma para entrevistarnos con el Papa, y allí entregarle la escultura que días atrás, aún sin saber seguro que iba a ir a Roma, el muchacho había hecho. Yo me quedé sorprendido al ver tal escultura ya que, estaba hecha por un niño de diez años y era espectacular.

Partimos sin más entretenimiento, y tardamos tres días en llegar al palacio del Papa.  
                                          
Cuando ya estábamos allí, en sus jardines había mucho revuelo, gente por aquí, gente por allá, muchas personas con esculturas. Cuando me quise dar cuenta Carlos ya no estaba a mi lado, y divisé para encontrarlo y lo encontré en la puerta justo enfrente el Papa. Salí corriendo hacia donde estaba para impedir que el muchacho interrumpiera cualquier conversación ajena de aquel hombre tan importante, pero ya era demasiado tarde, porque oí que el muchacho le decía: 
                                                                    
 -Buenas días señor, me llamo Carlos y me perdone mi osadía de interrumpirle de esta manera pero me tendrás que atender a mi primero, ya que soy el hijo del mismísimo Carlos I. 
                                                                          
 Mis piernas temblaban más que un flan, ¿cómo podía un muchacho interrumpir de aquella forma al mismísimo Papa? Claro que cuando escuché que el Papa empezó a reírse, sí que me sorprendí, pero más aún fue mi cara de sorpresa cuando este dijo:     
                                                              
  -Claro muchacho, ¿dónde está tu escultura? Pasa pasa...  
                                                                    
Entonces Carlos se giró y me hizo una señal de que le siguiera y me guiñó el ojo, yo me reí por lo bajo y pensé que de dónde podía haber salido este muchacho.
Dentro del palacio había una puerta que llevaba hasta la catedral, y allí había millones de esculturas, el Papa se giró hacia nosotros y nos dijo:
                                                                              
 -Dejad la vuestra por aquí, mañana os dirán si vale o no.
                                                                          
El Papa se dio la vuelta y se fue. Y yo pensé ¿ya esta? Ni la mira, ni la toca, ¿qué pasa aquí? Me acerqué a Carlos que vi que una lágrima caía por su sonrojada mejilla.  
                                                  
 –No la ha mirado siquiera, no le ha gustado- dijo.       
                           
–Claro que sí, solo que no tiene mucho tie...   
                   
No me dio tiempo a terminar la frase, cuando vi una puerta en la que hacían mucho ruido, me acerqué un poco y me di cuenta de que ¡estaban rompiendo todas las esculturas! Como buscando algo en su interior. Me adentré más en esa habitación con Carlos detrás y oí que decían: 
                              
 -Fernando este trabajo es muy costoso, me duele la espalda, no sé que quiere el Papa, pero algo demasiado importante tiene que haber dentro de alguna de estas esculturas.
Entonces lo entendí todo, el Papa no quería una escultura cualquiera, buscaba algo en especial eu solo se encontraba dentro de cualquiera de todas las esculturas que allí había. Cogí de la mano a Carlos y le dije que había que irse de allí lo más rápido posible, mandé que cogieran nuestra escultura y salimos de allí. Pero para nuestra sorpresa los guardias no nos dejaban, y yo enfurecido de pies a cabeza les dije que o nos dejaban salir o se las verían con el gran noble y rey Carlos I, ellos sin embargo se echaron a reír y nos empujaron hacia atrás.

Al rato de estar pensando en una solución pensé que podríamos trepar alguna reja y así lo hicimos, aunque con la escultura nos costó un poco más, pero lo conseguimos, y salimos corriendo de aquel lugar. Nos tuvimos que enfrentar a unos perros, pero escapamos y conseguimos llegar a la corte de mi amo, donde le contamos lo sucedido y al final ese Papa resultó ser un impostor que echaron de la iglesia para siempre.

Al cabo de los años el muchacho al que yo ayudé por aquel entonces, ahora es un escultor de gran fama al que todos acuden.

Estela María Vargas Cara 3ºD
UNA GUERRA MUY DURA
En el siglo VIII cuando estaba reinando en Granada un rey guerrero que defendía a su pueblo siendo la cabeza en la guerra denominado rey Darlos I, se corría el rumor de que probablemente iban a venir los Vikingos al reino nazarí de Granada. El rey Darlos I y su ejercito se reunieron para acordar la manera de enfrentarse a los Vikingos, Darlos I el cual se esperaba este ataque, le dijo a su mejor escudero que fuera a la frontera y al primero que pasara por allí que le preguntara si sabía algo de los ataques de los Vikingos. Entonces el escudero se acercó a la frontera y por allí pasó un campesino pero cuando el escudero se acercó para preguntarle, el hombre salió corriendo. Así pasaron los días hasta que un día llegó a la frontera un carro lleno de personas heridas y el escudero preguntó que porque había tantos heridos y uno de los enfermos contestó:- los Vikingos han venido a la región de Murcia a llevarse nuestras riquezas y han matado a todo el mundo y solo hemos quedado nosotros.
-¿Tan duros son los Vikingos? preguntó el escudero.
-Sí, son los peores, te hacen sufrir hasta que te matan y se corre el rumor que vienen a Granada, dijo el enfermo.
Mientras que el carro se alejaba, el escudero fue a avisar al rey Darlos I. El rey Darlos I que se encontraba en sus aposentos, fue a ver lo que había averiguado su escudero.
-Dime escudero lo que has averiguado, dijo el rey.
-Me he encontrado con un carro que venía de Murcia lleno de heridos y me han dicho que los Vikingos te hacen sufrir hasta que te matan y vienen a llevarse todas las riquezas, contestó el escudero.
Entonces el rey Darlos I decidió avisar al pueblo sobre el ataque de los Vikingos próximamente, el rey dedujo que si habían estado en Murcia hace unos días llegarían a Granada aproximadamente dentro de diez días, ya que tendrían que cruzar el mar Mediterráneo en barco. Por eso el rey llamó a un juglar para que reuniera al pueblo en la plaza mayor a las diez en punto y les anunciara que los Vikingos llegarían a Granada dentro de diez días. El juglar llegó a la plaza a las diez en punto, muy serio y con un tono elevado procedió:
-Yo, Fernando de la Vega os comunico que los Vikingos llegarán a Granada dentro de diez días, para llevarse todas nuestras riquezas y a orden del rey os recomienda que os refugiéis en la iglesia de San Lucas, ya que es una buena estructura y tendrá menos riesgo de ser derribada, además quiere que escondáis todas vuestras riquezas en un lugar seguro.
Firmado:
Darlos I
Una vez que terminó el juglar de hablar, el pueblo estaba aterrorizado, a todos los ciudadanos se les echaba el cielo encima, incluso algunos presos del pánico se desmallaron y se quedaron inconscientes. Llamaron al médico para que ayudara a los ciudadanos enfermos. El médico intentó calmar a los ciudadanos, les dio un vaso de agua y a los que se habían desmallado les tumbó en una camilla y los tuvo en observación. Después de unas horas en observación se recuperaron victoriosamente y el médico les dijo que se fueran a su casa y que descansaran, que todo saldría bien. Los enfermos se fueron a su casa y estuvieron escondiendo todas sus riquezas tal y como lo ordenó el rey Darlos I. Algunos ciudadanos muy religiosos fueron a la iglesia de San Lucas para rezar a Dios y suplicarle que no pase nada, que no halla muertes, que salgamos vencedores nosotros y no los Vikingos. El cura y el monje de la iglesia estuvieron hablando con los ciudadanos para saber dónde y cómo iban a esconder sus riquezas. Hubo muchas respuestas diferentes algunos decían que lo iban a meter debajo del colchón, otros decían que lo iban a enterrar bajo tierra, otros decían que no las iban a esconder que las tirarían por ahí e incluso otros decían que no lo sabían. El cura y el monje a cada uno de los ciudadanos les dijeron que no se preocuparan, que la iglesia permanecería abierta durante los diez días para que los ciudadanos se refugiaran en ella cuando quisieran y allí tendrían comida y toda la ayuda necesaria.
Estos diez días fueron muy duros para el reino nazarí de Granada en el cual los ciudadanos no salían a la calle, estaban en su casa o en la iglesia de San Lucas. Algunos dispuestos a dejar su trabajo y luchar contra los Vikingos fueron a hablar con el rey Darlos I para decirle que si podía dejarles entrenarse con los demás hombres del ejército para luchar contra los Vikingos. El rey Darlos I escuchó sus peticiones y pensó que seria una muy buena idea que les ayudaran a derrotar a los Vikingos porque contra más personas luchen contra los Vikingos mayor posibilidad habrá de derrotarlos, entonces el rey contestó:
-Sí podréis entrenaros con los otros hombres del ejército ya que es una buena idea y tendremos mayor posibilidad de derrotarlos, pero debéis saber que nos entrenaremos todos los días muy temprano y estaremos hasta muy tarde.
-De acuerdo, contestaron los hombres.
Antes de comenzar a entrenar el rey Darlos I y su ejército estuvieron hablando para prepararse sobre la guerra contra los Vikingos, todos los días se levantaban muy temprano, sobre las seis de la mañana, y se iban a su casa sobre las doce de la noche. Las mujeres y familiares de cada hombre del ejército les llevaban comida para que descansaran media hora o una hora como mucho y después continuarán realizando los ejercicios de cada día para vencer a los Vikingos.
El primer día fue el más duro porque en Granada los ciudadanos no se levantaban tan temprano, se solían levantar a las siete o a las ocho de la mañana para ir a trabajar, pero esta mañana no iban a trabajar, iban a entrenarse para luchar contra los Vikingos. A la mayoría no les importaba ya que les importaba más su vida que su trabajo así que no se quejaban y admitían las órdenes del rey Darlos I. El rey que no sabía que decir ya que no era muy común que el reino nazarí de Granada se entrenara para luchar contra alguien, estaba muy nervioso pero aún así confiaba en su ejército y en los ciudadanos que se habían unido al ejército. Decidió comenzar calentando cada articulación para tenerlas calientes ya que a las seis de la mañana hacía mucho frío, a continuación corrieron una hora alrededor del reino nazarí de Granada. El rey pensó que sería una buena idea hacerlo también, ya que él debía intervenir en la guerra. Después de correr, cada uno cogió su arma y en parejas estuvieron luchando sin hacerse daño pero preparándose para lo que se les venía encima. Luego llegaron cada una de las familias de los hombres y estuvieron almorzando juntos durante una hora. Después continuaron con su calentamiento, siguieron luchando en parejas y luego vinieron las familias de nuevo para cenar con sus familiares y por último el rey les dio unos trucos para mejorar la forma con la que empuñan la espada, así terminó el primer día de entrenamiento. A las doce de la noche cuando terminó el entrenamiento el rey decidió ir a la iglesia de San Lucas, para ver cuanta gente estaba allí refugiándose de la guerra, el rey se sorprendió porque todos los ciudadanos habían aportado algo a la iglesia como: colchones, almohadas, comida, cojines, sillas entre otros y aunque no había mucha gente, el rey estaba muy contento de las cosas que habían traído todas las personas. El rey estuvo hablando con el cura y el monje para ver como iba todo y el rey les preguntó:
-Hola, ¿Cómo va todo?
-Bien, como puedes ver todos los ciudadanos han aportado algo para ayudarnos a que la gente que no tenga donde estar o que tenga miedo que se venga y esté con nosotros, contestó el monje.
-Me parece muy bien, ahora mismo no hay mucha gente, pero vosotros no cerréis la iglesia porque contra más se vaya acercando el día de la guerra, más gente vendrá a refugiarse aquí, dijo el rey.
-De acuerdo, no teníamos pensado cerrarla, contestó el cura.
-Adiós y buenas noches, dijo el rey.
-Adiós, contestaron el cura y el monje.
El rey Darlos I salió de la iglesia y regresó a sus aposentos, ya que al día siguiente le esperaba otro gran día.
Los demás hombres volvieron a sus respectivas casas para descansar de este día largo, ya que les quedaban seis horas de descanso y después seguirían con su entrenamiento.
El segundo día comenzó igual que el anterior, primero calentaron las articulaciones, después corrieron, lucharon entre ellos, almorzaron con sus familiares, después el rey eligió a unos hombres y los enfrentó para ver quienes eran los más fuertes y quienes los más débiles, después cenaron con sus familiares y siguieron enfrentándose unos con otros para ver quienes eran los más fuertes y quienes eran los más débiles. A continuación ya eran las doce de la noche y se fueron para su casa a descansar.
El tercer día comenzó igual que los anteriores lo único que el rey una vez que sabía quienes eran los fuertes y quienes eran los débiles decidió ayudar a los débiles para que se hicieran más fuertes y para ello observó como luchaban y les dio trucos para que mejoraran, algunos no sabían coger la espada ya que no la habían cogido nunca y así terminó el tercer día.
El cuarto día comenzó igual que siempre, el rey estaba muy contento ya que el ejército progresaba adecuadamente y todos ya sabían como enfrentarse a los Vikingos.
El quinto día ya que el rey estaba muy contento con el ejército decidió darles un descanso y no entrenar y así podían dormir ya que estos últimos días habían sido muy duros. Así el rey podía ir a la iglesia y ver como iba todo, cuando llegó a la iglesia había más gente que el primer día, el rey se acercó al monje para hablar con él y le dijo:
-Hola, hoy hay más gente que el otro día.
-Hola, sí, hay más gente, pero la gente está muy preocupada por la guerra, nosotros estamos tranquilizándolos, dijo el monje.
-Decirle que no se preocupen que todo está controlado, hoy no hemos entrenado porque todo va muy bien, están muy preparados para la guerra de los Vikingos, dijo el rey.
-Adiós Darlos I, tengo que continuar ayudando a las personas, dijo el monje.
-Adiós, dijo el rey.
El rey Darlos I se fue a sus aposentos para descansar él también.
El sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo día realizaron el mismo entrenamiento, primero calentaron las articulaciones, después corrieron
alrededor de Granada, lucharon en parejas, después descansaron almorzando con sus familiares, se enfrentaron unos con otros, luego cenaron con sus familiares y por último se enfrentaron unos con otros a ver quien ganaba, menos el último día que terminaron el entrenamiento antes para poder descansar más para el día siguiente, que era el día decisivo para la guerra. El décimo día terminaron de entrenar a la diez de la noche y el rey decidió ir a la iglesia de San Lucas para ver como iba todo, cuando llegó estaban todos los ciudadanos de Granada allí y se acercó para hablar con el monje y el cura:
-Hola, ya sí están todos los ciudadanos aquí, dijo el rey
-Hola, sí, están aquí todos los ciudadanos, dijo el monje.
-Mañana deben estar aquí y no pueden salir bajo ningún concepto, dijo el rey.
-Vale, ¿Y cómo va todo?, dijo el monje.
-Va muy bien estamos muy bien preparados para enfrentarnos a los Vikingos, contestó el rey.
-Adiós, dijo el cura.
-Adiós, dijo el rey.
El rey y su ejército permanecieron despiertos para estar preparados de los Vikingos. Los Vikingos llegaron a las ocho en punto, eran menos numerosos que el ejército de Granada, cuando el ejército los vio esperaron hasta que entraran a sus territorios. Cuando los Vikingos entraron en sus territorios se dividieron en grupos de dos personas y entraron cada uno en las casas buscando las riquezas, cuando cogieron las riquezas se enfrentaron los dos ejércitos. Fue una lucha intensa y difícil, pero el ejército de Granada no se rindió, nadie salió herido pero los Vikingos se murieron todos y al final el reino nazarí de Granada quedó en memoria de todo el mundo ya que fue el único reino que consiguió vencer a los Vikingos.



FIN

Trabajo trimestral-Yasmina Fernández Robles.


           El heredero del trono.
      En la época de las cruzadas en el reino cristiano de Aragón vivía un rey llamado Felipe VIII, era un hombre muy regordete con cabellos cortos y rubios,  que poseía  un ejército muy poderoso de unos 400 hombres.
El rey tenía dos hijas, pero ningún varón, lo que a él le causo una gran tristeza porque su mujer Elisabeth ya no podía tener más hijos. La mayor de sus hijas se llamaba María, ella era una chica muy reservada y como sus padres no la dejaban salir mucho se dedicaba a obedecer sus órdenes y también le gustaba mucho tejer en sus ratos libres, era una chica joven de unos 18 años, era rubia, alta, guapa y de ojos marrones oscuros. Su hija pequeña se llamaba Mérida, al contrario que su hermana era una chica muy despierta y muy traviesa, que tenía 15 años. A ella le encantaba dar paseos por el reino y que sus padres les contaran historia sobre sus antepasados.



 Felipe VIII era un hombre que tenía mucho poder y muchas riquezas, tenía un hermano más joven que él al que tendría que cederle su trono en caso de que este falleciera, su hermano se llamaba Octavio y al rey no le hacía gracia que su hermano fuera a ser el heredero de su trono porque era un hijo bastardo. Octavio vivía feliz porque sabía que de un día para otro él tendría el poder en sus manos y podría dominar todo el reino de Aragón, sería capaz de cualquier cosa antes de que alguien se interpusiera en su camino para quitarle el trono.

Felipe VIII estaba en continuas guerras con Oriente próximo, por eso tuvo que agrandar su ejército a  más de 800 hombres.
El rey ya estaba cansado de tantas guerras y pensó que ya se habían causado bastantes muertes, por lo que quiso poner fin a las guerras con Oriente próximo, para ello decidió que lo mejor sería ir a hablar con el sultán más poderoso de todo Oriente próximo, Butlan.

Butlan era un hombre más poderoso que el rey y poseía un ejército del doble de hombres que el rey poseía, pero en el fondo era un buen hombre.
Butlan tenía un hijo de 18 año llamado Ladino que era muy valiente y muy hermoso y su padre intentaba buscarle una esposa para que asentara la cabeza.

Felipe VIII cogió a su ejército y a su familia y pusieron rumbo a Yemen que era donde vivía el sultán.
Por el camino divisaron una Isla, y vieron algo extraño en ella, por lo que decidieron ir a investigar.
Cuando llegaron había un pobre naufrago desvalido y deshidratado. Lo llevaron al barco le dieron un poco de comida y agua y le preguntaron cómo se llama y que es lo que le había ocurrido.
Este le contó que se llamaba Carlos y que había ido a parar allí porque su barco se hundió en el mar y la corriente lo arrastró hasta allí. Iba con su tío, que era la única familia que tenía, que falleció en el acto, por lo que ahora no tenía a donde ir y se ofreció ser un soldado para el rey. Este aceptó su propuesta y pusieron de nuevo rumbo hacia Yemen.
Cuando llegaron a Yemen, donde vivía el sultán, él les recibió con muy mala cara porque creía que le iban a declarar otra guerra, pero lo que Felipe VIII quería era que hicieran un trato para declarar la paz.
El rey le comunicó su propuesta, el sultán accedió pero con una condición, que su hija mayor se casara con su hijo Ladino. Esto no le hizo mucha gracia al rey pero aceptó y propuso que el enlace se produjera en Aragón y que su hijo fuera el heredero del trono de Aragón.
El rey, su familia y el sultán y su hijo pusieron rumbo a Aragón para que se produjera el enlace.
En el trayecto mientras todos dormían un pirata berberisco atracó el barco y se llevó a María la hija mayor. Al darse cuenta saltaron las alarmas en el barco y pusieron rumbo detrás del barco pirata  para rescatar a María, el barco les condujo a la Isla en la cual habían encontrado al naufrago.
Cuando se bajaron en la isla masacraron a todos, los mataron sin piedad menos al pirata al que le obligaron que confesara porque había hecho semejante estupidez de secuestrar a su hija.
Después de varios golpes que le dieron confesó, dijo que el hermano del rey, Octavio le había ordenado que secuestraran a la chica y la mataran para que no pudiera casarse con Ladino y le quitaran su trono. El rey enfurecido lo mató sin piedad, cogieron a su hija y pusieron rumbo al reino para que se produjera el enlace y de paso para tener unas palabritas con Octavio.
Al llegar el rey lo encontró dentro del reino y le dijo que no podía tolerar lo que había hecho y cogió una espada y le cortó la cabeza.
Días después se llevó a cabo la ceremonia del enlace entre el hijo del sultán que pasaría a ser el heredero del trono y María la hija del rey.
Ladino prometió que sería un buen esposo y un buen heredero y así fue, porque poco después de esto el rey falleció.FIN.