REBELIÓN
EN TOLEDO
Era el día catorce del séptimo mes del año de
Nuestro Señor mil cuatrocientos cuarenta. Iba camino a Toledo acechando entre
las sombras a los carros que pasaban por aquel camino pedregoso y desvalijando
las caravanas. Aquel día cambió mi vida para siempre de ser una simple rata a
ser alguien importante.
Velasco y yo estábamos escondidos tras unos arbustos
que había en aquel frondoso bosque a la derecha del camino, Gonzalo estaba en
medio del camino esperando a más carruajes.
-¡Alto!-Gritó Gonzalo al carruaje que se acercaba.
Dos caballos negros tiraban de ese carruaje, el
carruaje era tan dorado que brillaba con el reflejo del sol y llevaba un escudo
de armas estampado en el carruaje que era rojo y amarillo con una torre en
medio. Se trataba sin lugar a dudas de alguien importante.
Los caballos no pararon, siguieron su camino y
chocaron a Gonzalo, Velasco disparó una flecha y dejó cojo a uno de los
caballos, el carruaje se paró y bajaron dos ballesteros con una armadura de
cuero y un pavés para cubrirse de los disparos colgado a la espalda. Nosotros
salimos rápido de los arbustos hacia el camino, los ballesteros dispararon,
hirieron a Velasco pero Gonzalo no tuvo la misma suerte. El hombre que estaba
dentro del carruaje mandó que dejaran de disparar, ellos nos apuntaron.
-¡Ni se os ocurra dar un paso en falso o
moriréis!-Gritó uno de los ballesteros.
El hombre bajó del carruaje llevaba un casco de
caballero, una armadura de placas y unos guanteletes.
-Acércate-Dijo el hombre.
Estuve apunte de huir, uno de mis compañeros estaba
muerto, el otro malherido pensé en huir pero con esos dos ballesteros
apuntándome era imposible, lo único que pude hacer era continuar hasta el
carruaje, el señor me miró, yo estaba seguro de que él era un hombre importante
y además me resultaba familiar como si lo hubiera conocido antes.
-Perdonad por haber matado a vuestro amigo mis
hombres serán castigados como se merecen-Dijo el hombre.
Lo más extraño de todo eso es que no me hubiera
matado, yo estaba sucio, con ropa harapienta y mi compañero le dijo que parara
(para robarle), o él no sabía que estábamos atracándole o lo sabía pero por
alguna extraña razón no quería matarme y dejarme en medio del camino o tirarme
a alguna fosa común.
-Suba al carruaje por favor-Me dijo el hombre.
Subí a su carruaje y continuamos en dirección a
Toledo.
-¿De donde eres muchacho?- me preguntó él.
-Soy de Aragón, sire, ¿usted es alguien importante
verdad?
-En efecto, soy el mismísimo Fernando Álvarez de Toledo y Sarmiento, Conde de Alba y estrecho amigo de Juan II de Castilla.
¿Por qué aquel gran señor querría llevarme con él,
que extraño secreto ocultaba?
Llegamos a Toledo donde según me dijo el duque, se
daría una gran fiesta pero antes de asistir con el duque el me dio una bolsa
repleta de doblas de la banda calculé que aproximadamente habría cincuenta
doblas de la banda. Primero fui hacia una taberna, tenía muchísima sed ya que
los carros los cuales desvalijábamos solo llevaban hierro y algo de comida de
las minas que había más allá del bosque. Entré en la taberna llamada el escudo
quebrado desde fuera no era muy atractiva pero al entrar dentro estaba todo
repleto ya que un juglar estaba actuando simplemente para poder ganarse el pan.
Era una amplia taberna tenía ocho o tal vez nueve mesas no había ninguna mesa
libre aunque en una había sentada solo una persona aunque esa persona no era
muy agradable a la vista pero me senté con ella.
-Tabernero póngame una de esas aves de corral de ahí,
algo de queso, de pan y una jarra de vino-Dije
El juglar seguía recitando poesía cortesana
concretamente de Juan de Mena, terminó y le invité a unirse a mi mesa, el con
gusto acepto, cuando vino la comida le ofrecí la mitad de mi comida aunque el
vino era solo para mí.
-Excelente trabajo no hay duda, ¿cómo se llama usted
señor?-Dije
-Me llamo Manrique-Dijo el juglar
-Hermoso nombre, la corte necesita de los servicios
de un trovador esta noche, ¿podría asistir al evento? Le pagaremos con doblas
si es necesario. Tome aquí tiene una si quiere cinco más venga esta noche-Dije.
En ese momento mientras conversaba con el juglar el
hombre que estaba sentado en la mesa cogió la jarra de vino y se la bebió.
Me levanté y le pegué un puñetazo el cual hizo que
se cayera hacia atrás de la silla. Se levantó y me pegó tan fuerte en la
barriga que me dejo aturdido por unos pocos segundos logré reaccionar para
pararle el segundo puñetazo mientras que el juglar cogió la silla y se la
estampó en la espalda el hombre quedó en el suelo. El tabernero cogió un
cuchillo de carnicero y nos obligó a abandonar la taberna y a pagar tres doblas
por los daños hechos al edificio.
Fui a comprar ropas al mercado pero solo había ropas
para campesinos asique nos fuimos el juglar y yo hasta donde se hospedaba el conde.
-Sire Fernando, traigo conmigo a un juglar que podrá
hacer de trovador en la corte esta noche
-Bien hecho muchacho necesitábamos a uno-Dijo el conde
-Sire, ¿usted me proporcionará los ropajes?-Pregunté
-Por supuesto muchacho coge algo de la ropa de mi
hijo que se marchó hace mucho y todavía no ha vuelto-Dijo el conde
Cogí un manto de piel, una cota de mallas, sobre la
cota un tabardo, llevaba unos guanteletes y unas grebas.
Fuimos hacia la fiesta, era de noche, pero en el
camino cuatro ladrones nos escaramuzaron, el duque me lanzó su puñal, mientras
el cogió su espada, mató a tres, el otro ladrón se me acerco con un simple
cuchillo para cortar carne, me tiró al suelo y me puso el cuchillo en la
garganta, el duque rápidamente lo agarro del hombro y lo tiró contra el suelo.
-Clávale el puñal vamos muchacho a que esperas-Me
dijo
En aquel momento estaba muy nervioso, nunca había
matado a nadie, cerré los ojos y le clave el puñal en el corazón, lo maté,
maldita sea ese día en el cual maté a ese ladrón, antes de introducir el puñal
en su cuerpo, pensé: no tendrá dinero para mantener a su familia, lo único que
quiere es poder vivir.
Nos lavamos el rostro y las manos y continuamos el
camino hacia la fiesta, al llegar un emisario proclamó el nombre del conde.
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