martes, 6 de diciembre de 2011

El juzgar


    -Señor, señor despierte señor ¡Qué acabamos de llegar!
Las llamadas de alguien me despertaron de un profundo aunque no muy cómodo sueño. Abrí los ojos y el sol de mediodía me acarició la tez. La carroza era incómoda y bastante desgastada, los dos caballos que tiraban de ella eran viejos pero fuertes. El chofer era un hombre anciano con canas y profundas arrugas.
-Señor, mire esta ante usted Florencia,una de las ciudades mas importantes de Italia.


Me llamo Fabresco, he nacido en un pueblo insignificante en las montañas de Italia. Mis padres nunca fueron ricos, ni pobres, nos ganábamos bastante bien la vida. Mi padre era carpintero y mi madre ama de casa. Tenía dos hermanas y un hermano, pero los tres murieron a escasa edad; Yo fui el único que cumplió mas de nueve años.
La persona mas importante en mi vida, fue sin duda, mi abuelo. Él me enseñó a dibujar, a pintar, a cómo retener una imagen, un recuerdo en un trozo de papel.
Cuando cumplí veinte años decidí irme de casa a una ciudad grande e importante donde quería hacer realidad a mi sueño, ser pintor.


CAPÍTULO 1

Aparté las gruesas y pesadas cortinas de la carroza y vi por primera vez a Florencia, esa gran ciudad de la cuál me había contado tanto mi abuelo.
Era impresionante la majestuosidad con la cual, las cientos de catedrales e iglesias parecían querer imponerse los unos a los otros, habían miles de estrechas calles que se extendían por todo la ciudad como un laberinto, era increíble la cantidad de plazas una mas bella que la otra.
La carroza se dirigía a unas de las calles y paró delante de un edificio simple pero bien cuidado. Tenía tres plantas y no se distinguía mucho de las otras casa.
-Señor, he aquí un hostal barato pero bueno donde seguro que ese van a sentir como en casa.
Me bajé de la carroza y le pagué el precio del viaje y además una buena propina ya que había realizado su trabajo con excelencia.
Cogí el poco equipaje que llevaba, un bolso con alguna ropa y otro un poco mas pequeño con pinturas, pinceles, lápices... El chófer se despidió y yo me acerqué al hostal. Era un hostal de clase media por el cual tuve que compartir mi habitación con otras dos personas. Cuando llegué a la habitación ya estaban los dos; uno tumbado en la cama fumando cigarros de mala calidad y el otro estaba sentado en una silla haciendo un muñeco de madera con un cuchillo de bolsillo.
-Hola me llamo Fabresco y voy a vivir un tiempo aquí.
El hombre de la cama no levantó siquiera la cabeza pero el chico de la silla alzó la mirada y dijo:
-Hola yo soy Tomás.
Me sonrió y volvió a centrarse en la pequeña figurita que estaba elaborando. Me acerqué y mirando sobre su hombre vi que estaba haciendo un mujer. Por un segundo dejé de respirar, la mujer era bellísima, parecía real; era increíble cómo de un trozo de madera podía salir tanta aurora, tanta gracia. Los detalles eran impresionantes, el pliegue de su vestido parecía ser producido por un soplo de viento.
Tomás, sin dejar de hacer la mujer me preguntó:
-¿ Te gusta?

-Es bellísima, tienes un don de dios.


-Gracias, aveces me quedo todo el día haciendo figuras sin darme cuenta de cómo de rápido pasa el tiempo. Quiero ser escultor y decorar con mis esculturas las más prestigiosas catedrales de Florencia.

Me volví hacia mi cama, guardé mis cosas en el pequeño armario al lado de la cama y decidí hacer una siesta después de este duro e incómodo viaje.


CAPÍTULO 2

Cuando me desperté me di cuenta de que estaba solo en la habitación, me incorporé y abrí las cortinas y vi el sol brillando con máxima fuerza ¡Debí de haber dormido mas de doce horas!
Desde mi habitación se veía un pequeña pero bonita plaza de la cual había visto ya muchas de ella desde la carroza el día de mi llegada a Florencia. Decidí ver un poquito mas de la ciudad dando un paseo por toda ella, me llevé además algunos lápices y dos o tres folios. Salí del hostal y seguí la calle principal siempre recto. Florencia era un cuidad impresionante. Al cabo de unos minutos llegué a un plaza que me robó el aliento, fue "La Piazza de la Signoria" era preciosa, habían cientos de personas. No era estresante, al contrario al ver tanta gente riendo, llorando, gente pobre, gente rica,... me entraba una paz interior. Me senté en las escalones de un bellísima catedral, saqué un folio, algunos lápices y comencé a dibujar lo que ocurría delante de mis ojos. Hacía mucho que no pintaba y de repente sentí como mis emociones de ver aquella plaza se transmitían a mi manos, de ahí al lápiz, y de ahí al papel donde sería retenido para siempre.
-¡Dibujas muy bien muchacho!
Asaltado me di la vuelta y vi a un hombre que vestía con elegantes ropas, su abrigo tenía pequeños hilos de oro y plata que brillaban al sol del mediodía.
-Gracias señor me alegro de que le guste.

-No hay de que, soy Eduardo di Plago, llevo bastante tiempo buscando a algún buen pintor para que me dibuje, a mí pero sobre todo a mi hija Florentina. Si quieres... Por supuesto serás pagado y vivirás en mi humilde casa.


-Sería un placer señor, cuando quiera estaría dispuesto. Para hacerle una visita.


-Perfecto, mañana a las diez en mi casa, pregunte por la casa de di Plagio.

Se fue andando, yo también empecé a recoger mis cosas y me dirigí al hostal donde me tumbé en la cama y decidí dormir un rato. Poco después sonó la gran campana del comedor para anunciar que la cena estaba hecha. Bajé las escaleras y me senté en una de las mesas del comedor, habían muchas personas pero la mayoría eran hombres y de esos casi la mitad estaban borrachos, cantaba o contaban historias de sus supuestas hazañas. En el comedor había una gran chimenea que calentaba todo la habitación y en la cual la cocinera hacía la comida de todos los días, una sopa con un poco de carne y verdura; no estaba muy buena pero por lo menos era algo caliente.
Después de la cena me fui a mi habitación donde me tumbé en la cama y me dormí en seguida.

CAPÍTULO 3

Por la mañana me despertaron las gotas de agua que daban con toda fuerza contra los cristales. Me levanté y vi por al ventana que el cielo estaba gris y que llovía a cántaros. Hacía mucho frío ya que en las habitaciones no habían chimeneas.
Me vestí con mis mejores prendas de vestir o mejor dicho con las ropas que menos agujeros tenía. Estaba un poco nervioso, pero sabía que no tenía porque, era ir la casa de di Plago y dibujar, algo que hacía desde los seis años.
Salí del hostal y corriendo para que la lluvia no me mojase demasiado me dirigí a la dirección que me había dicho di Plago.
Mis pinturas y pinceles los llevaba un mi bolso de cuero que había heredado de mi abuelo, rezaba para que no se mojasen.
Llegué cansado de tanto correr y mojado hasta los huesos a la casa se di Plago. El hogar de Eduardo di Plago no era un casa normal, era un verdadero palacio. Alrededor de él había un enorme y precioso jardín con estatuas, bellos árboles e impresionantes fuentes. Era una lástima de que lloviera ya que no podía contemplarlo como se mereciese. A través de las enormes ventanas se veía el reflejo del fuego de la chimenea dentro del palacio. Me dirigí hasta la pesada puerta y toqué fuertemente.
Un siervo me abrió la puerta y preguntó:
-Usted debe de ser el pintor.

-Así es, soy Fabresco.


-El señor le está esperando en la sala de estar, venga por aquí por favor.



CAPÍTULO 4

La sala de estar era lujosa y el fuego de la gran chimenea tintaba la habitación en una luz roja y naranja. El señor estaba sentado en una mesa, delante de el habían montañas de comida de la cual podrían comer diez hombres mas.
-Bienvenido Fabresco. Vaya, si estás chorreando de agua. Mis siervos te enseñarán tu nueva habitación y te darán ropas secas.
Dio dos palmadas y dos siervos aparecían y me guiaban por el palacio.
-¿ Mi nueva habitación? Si aún tengo algunas cosas mías en el hostal y no lo he pagado ni todavía.
-No se preocupe, el señor se ha ocupado de todo. Aquí esta su habitación.
Los siervos se fueron y yo empecé a inspeccionar mi nuevo hogar. Había un mesa y una silla de madera pasada y cara, la cama era increíblemente grande y las sábanas eran de seda. El armario era alto, de madera y con bellísimas decoraciones, lo abrí y dentro de él habían preciosas prendas de vestir con hilos de oro y botones de plata. Me quité mis ropas mojadas y me puse las mas simples de las prendas del armario. El conjunto que vestía era seguramente mas costoso que todo lo que poseía junto.
Salí de la habitación y me dirigí a la sala de estar de donde había desaparecido la mesa, en su lugar había un cuadro en blanco y al lado pinturas de todos los tipos y colores, pinceles de todos tamaños...
-Bueno Frabresco,veo que te has cambiado. ¿Que te parece un pequeña muestra de tu talento?

-Por su puesto señor ¿ Que quiere que dibuje?


-A mi hija por ejemplo.


-Como usted quiera.

Di plago dio una palmada y entró una bellísima mujer. Tenía el pelo castaño y le llegaba hasta la cintura, su cara y cuello eran blancos como la nieve, sus labios eran finos y rosadas; pero lo que mas me llamaba la atención fueron sus ojos, eran verdes como las hojas de un rosa y llenas de frialdad, hasta que vi un poco de odio en ellos. No lo entendía, nunca había visto a aquella mujer no comprendía su mirada. Se sentó en una silla. Al sentarse se le subió un poco el vestido y vi que le faltaba una pierna en lugar de pie, tobillo y pierna tenía un trozo de madera. Pero hice como si nada y comencé a pintar.

CAPÍTULO 5

Salí al balcón de mi habitación, y contemplé Florencia desde ahí. Era de noche y había parado de llover, el aire estaba fresco y limpio. Escuché un ruido, parecía ser que alguien estaba abriendo la puerta de un balcón. Me giré a mi derecha y vi como, efectivamente, alguien salió a un balcón a pocos metros de mí.
Me di cuenta que era Florentina.
-Buenas noches Florentina.
Asaltada se dio la vuelta y me miró con la misma mirada de rechazo con la que me había mirado antes.
-¿No le da vergüenza asustarme de tal manera?

-¿Por qué me mira siempre con esa mirada de odio?

Se calló y miró al frente,poco después abrió la boca y dijo:
-Porque como te habrás dado cuenta tengo una pierna de madera, de pequeña me caí de un árbol. La gente me ve y hace comentarios, ponen cara de asco o incluso se van corriendo. Me juzgan sin conocerme. Cuando te vi sabía que tu no ibas a ser diferente.

-No se si te has dado cuenta pero estoy hablando contigo, no he puesto cara de asco, ni me he ido corriendo.


-Si es verdad, y me asombré de que siguieras pintando cuando vistes mi pierna


-A la mejor no deberías de juzgar sin conocer a la gente.

Me miro y sonrió.



1 comentario:

  1. Me ha encantado. Cada día me sorprendes un poco más. Las descriciones , sobre todo me han gustando mucho. Buena historia, ajustada a los parámetros exigidos, y quizás, deberías continuarla.
    No existe la forma verbal "habían" si no es un verbo auxiliar; en su lugar, "Había". Ejem:
    En la plaza había muchas personas.
    NOTA:10 Enhorabuena.

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