viernes, 2 de diciembre de 2011

Trabajo trimestal 3º C María Celia Moreno Cara

El calor de las anáforas.

Daroca, Reino de Aragón
Invierno del año 1120

Nada más pisar fuera de casa, sentí como mis dedos de los pies se agarrotaban. Apenas notaba tener manos y el vaho que expulsaba al hablar inundaba todo el ambiente junto con la espesa capa de niebla. Una fina capa de nieve cubría el pueblo entero y desde donde yo me encontraba se podía observar detalladamente la estampa de la torre de la iglesia Santo Domingo blanca como leche.
Mi madre, mi hermana Valentina y yo nos apresurábamos al mercado. Madre quería comprar unas cuantas telas para cosernos unos vestidos a las dos. Iban a ser para el cumpleaños de Valentina. Aún quedaban dos semanas y teníamos previsto celebrar una gran fiesta en nuestra casa. Por eso ella se encargó de hacer la compra aquella mañana, aunque normalmente solía encargarse de todo Isabela, la esclava.
El mercado estaba repleto de gente, a pesar del mal día que hacía. Había muchos puestos distintos para poder comprar, con mucha variedad de productos. Mi madre nos agarró muy fuerte de la mano a cada una y nos advirtió que no nos separásemos de ella. Siempre era muy protectora con nosotras. De echo Daroca nunca había sido un pueblo muy seguro. Después de comprar unos cuantos rollos de tela, decidimos volver a casa. Antes pasamos por la plaza del pueblo, en la que también había bastantes curiosos que escuchaban atentos los versos que recitaba un juglarcillo. Contaba una historia del rey Alfonso I (el batallador) que había conquistado Daroca hacía poco tiempo. El juglar era un hombre alto, delgado, moreno y simpático con el que madre había intercambiado palabras en muchas ocasiones. Atendimos a su historia unos minutos. Era emocionante y muy entretenida, y luego emprendimos la vuelta a casa de nuevo.
Isabela preparaba la comida en la cocina cuando llegamos a casa, mientras padre se encontraba fuera con su fiel escudero Marcos. Mi padre era muy buen caballero y nos contaba muchas de sus hazañas continuamente. Todos en casa estábamos muy orgullosos de él.
Cuando acabó de cocinar, Isabela nos llevó a la iglesia a Valentina y a mí. Era costumbre que nos acompañara como también lo era que fuésemos casi a diario. Mis padres que eran muy católicos y desde que éramos muy pequeñas nos habían inculcado lo mismo. La verdad es que yo no estaba muy convencida de la existencia de todo lo que contaba la Biblia. O la iglesia. Pero no nos quedaba otra que ser creyentes, y devotos, ya que madre siempre decía que así, Dios nos miraría con buenos ojos cuando muriéramos y llegáramos al cielo. Como por supuesto, también debíamos comportarnos bien, realizar buenos actos de fe con nuestros mayores, ayudar a los demás en todo lo posible… Mi madre sin duda era el mejor modelo que podíamos seguir.
En la iglesia de Santo Domingo, “Valen” y yo conocíamos a un joven monje llamado Fermín. Isabela fue con nosotras a la iglesia y nos dejó allí. Luego volvió a casa. Siempre hacía lo mismo, luego al cabo de una o dos horas volvía a recogernos.
-Buenos días pequeñas-nos saludó Fermín al rato de que entráramos-¿Se ha ido ya Isabela?
-Así es Fermín.
-¡Valla! No he tenido tiempo si quiera para hacerle saber que hoy hemos suspendido la misa. No ha aparecido casi nadie por aquí en toda la mañana, ha nevado mucho y…
-¿Cómo vamos ha volver a casa entonces?-irrumpió Valentina.
Un incomodo silencio interrumpió la conversación, Fermín miró a mi hermana consternado.
-No te preocupes, tal vez Fermín que es muy considerado quiera acompañarnos.-la consolé yo.
Por supuesto lo hizo. Nos acompañó a casa de nuevo. Madre no estaba allí y parecía no haber nadie más. Valentina y yo despedimos muy agradecidas a Fermín y entramos por la puerta de la cocina a casa. Eché un vitazo a las habitaciones de la planta de abajo, todo estaba muy limpio y reluciente, y luego miré en la de arriba.
Desgraciadamente, encontré a alguien que hubiese preferido no encontrar jamás. Me asomé a la habitación en la que dormían mis padres, la puerta estaba entornada, y descubrí a mi padre y a Isabela allí. En la cama. Juntos. No podía creerlo, ellos no me vieron a mi. No se percataron lo más mínimo de mi presencia. Aquello era como una puñalada en lo más profundo de mis pulmones, me faltaba el aire para respirar. Un caballero no podía rebajarse a eso. Y menos aún si estaba casado. Mi madre era lo más importante para mí y mi padre estaba… siéndole infiel. Decidí volver con Valentina y juntas esperamos en la cocina hasta que madre regresó. Cuando lo hizo, nos comentó que había estado visitando a su hermana, y yo por supuesto no dije nada sobre lo sucedido.

Ocurrieron varios sucesos similares hasta que mi madre, una tarde apareció con la cara hinchada, amoratada y un enorme golpe plasmado sobre una de sus mejillas. Estábamos terriblemente preocupadas por ella.
-¡Cielo Santo! ¿Qué te ha pasado?-le pregunté desesperada nada más verla.
-No es nada cariño, me resbalé en la calle. Con la nieve. Y caí al suelo.
Aunque no le creí, porque era evidente lo que estaba pasando en casa, no le dí más vueltas. Le ayude a curarse las heridas, como pudimos, en casa y estuvo unos cuantos días sin salir de ella.
Era obvio que era maltratada por mi padre, yo misma lo presencié un día. Madre le reprochó la actitud que mostraba hacia Isabela hacía ya un tiempo. Éste te acercaba mucho a ella, le sonreía a menudo, se intercambiaban miradas… Cuando mi madre discutía sobre ello, padre le comenzó a gritar agresivamente, luego le empujó contra un armario y seguidamente le pegó un puñetazo en el estómago. Sentí una impotencia enorme, yo que miraba desde el piso de arriba por el hueco de la escalera todo lo que estaba sucediendo. Sabía que no podía hacer nada, no podía entrometerme, solo tenía once años y no conseguiría nada.

Quedaban solo cuatro días para la fiesta de Valentina. Y aquella tarde decidí pedirle a Isabela que me acompañara a la iglesia, pero solo a mí. En el trayecto, Isabela intentaba ser amable y sacarme conversación.
-Que raro que quieras acudir sola a la iglesia. ¿Es que Valentina no ha querido acompañarte? ¿No os habréis peleado?
-No, que va, no le apetecía mucho salir de casa con este frío.
Yo solo le contestaba de forma ambigua y sin si quiera mirarle a la cara. No me atrevía desde aquel día.
-Bueno pues vendré a recogerte cuando acabe la misa, bonita.
Llegué a la iglesia, antes de que la misa comenzara. Mucho antes. Allí estaba Fermín. Él vivía en el monasterio que se encontraba junto a la Iglesia de Santo Domingo. Fermín podía salir del monasterio y acudir a la iglesia sin problemas. A diferencia de otros monjes.
-Buenos tardes Candela. Has llegado pronto.
-Buenas tardes. Sí ya lo sé. Es que quería hablar contigo antes.
Le conté a Fermín toda la historia de que mi padre maltrataba a mi madre y lo de que estaba siéndole infiel con la esclava. Su cara parecía un poema. No tenía palabras. Pero sus consejos no valían de mucho. Por mucho que intentara ayudarme, para lo único que valió contárselo fue para poder desahogarme con alguien. Cuando la misa terminó, esperé durante un rato a Isabela, pero no llegó. No me recogió. De modo que no me quedó mas remedio que volver sola a casa. Las calles se encontraban solitarias y calmadas. En una calle cercana a la mía, había unas cuantas personas reunidas, formando un pequeño y acogedor círculo. Cuando pasé por al lado escuché como comentaban algo sobre una muerte. La muerte de un juglar. Del juglar que yo había visto en la plaza el día que fuimos al mercado. Me sorprendió la noticia, pensé que aquel juglar no podía haber muerto de forma natural. Era joven, bastante joven. Andaba a paso lento y absorta en mis pensamientos, cuando comenzó a llover. Al principio solo chispeaban unas cuantas gotitas de lluvia, pero luego pasó a ser un chaparrón bastante fuerte. Cuando alcancé la puerta de casa estaba prácticamente chorreando de agua. Al entrar me encontré con mi madre extrañada y casi cabreada.
-¿Dónde está Isabela?
-No lo sé. No ha venido a por mí a la iglesia y me dijo que lo haría.
Comencé a quitarme los zapatos y el abrigo en el aparador, para no mojar toda la casa.
-Pues no ha vuelto desde que te dejó en misa. Y no es normal que haga esto.
La verdad es que no lo era. No era normal. Era la criada, no era mi amiga y menos aún la de madre.
Llegó el día del cumpleaños. “Valen” cumplía siete años, y aquella noche organizamos una fantástica fiesta en casa. Acudieron todos los amigos de mi padre, sus hermanos, los tíos y las hermanas de madre…
Bailábamos y reíamos en el salón todos excepto madre y Valentina que aún se arreglaban en la planta superior. Había un montón de comida servida y colocada en varias mesas. Todo estaba bien ordenado y colocado. La casa estaba radiante. Isabela atendía a las necesidades de los invitados que pedían o exigían continuadamente de todo.
De pronto padre se acercó a mí y me susurro:
-Sería mejor que fueses a avisar a tu madre para que bajen ya. Están tardando mucho y los invitados quieren ver a tu hermana.
Sus palabras parecían irónicas y no tenía muy buena cara. Asentí con un leve movimiento de cabeza y me dirigí al cuarto de Valentina. Allí no estaban, así que fui a mirar al cuarto de mis padres. Fue extraño que tampoco estuviesen allí. Comencé a desesperarme. La casa tampoco era muy grande y no quedaban muchas habitaciones en las que buscarlas.
-¡Madre! ¿Dónde estáis?
Nadie contestaba. No podían haber salido por ningún lugar sin antes haber pasado por el salón. No al menos por alguna puerta. Formulé varias veces la misma pregunta, sin ningún resultado. Busqué en algunos armarios y me dí cuenta de que faltaban algunas cosas personales de mi madre. Entonces comprendí que la única explicación posible era que se habían escapado. Que se habían marchado. Que mi madre se había llevado a mi hermana con ella y que me había dejado allí sola. Al ver que tardaba mucho, padre también subió a la planta de arriba. Echó un vistazo en las habitaciones.
-¿Dónde coño están?
-No lo sé. Aquí no.
Le dije apenas sin voz. Me desplomé sobre mí, me ahogaba lentamente en el vacío de mi mente y de mis pensamientos, de los que surgían cientos de preguntas sin respuestas. Las lagrimas comenzaron a deslizarse sobre mi rostro y mis piernas se volvían débiles al tiempo que mi corazón se volvía del mismo modo.
Padre echo una furia empezó a chillar y volvió al salón creando un gran alboroto entre la gente que allí se encontraba. Estos cuchicheaban y gritaban sin entender nada. A continuación mi padre salió a la calle y llamó a mi madre una y otra vez. Repitió su nombre sin cesar y sin obtener respuestas. Yo también salí. Visualicé humo negro en el cielo, cerca de la iglesia. Parecía un incendio o algo parecido. Gente corría calle abajo gritando y desesperados, y del mismo modo nos encontrábamos todos en casa. El monasterio estaba ardiendo. Estaba incendiado. ¡Fermín! Un suceso se amontonaba sobre otro más. Los accidentes se atropellaban entre ellos. Madre no aparecía y Valentina había celebrado su cumpleaños por todo lo “alto”. Y Fermín, él era un buen hombre que nos había ayudado mucho y probablemente se encontraría en aquel incendio.
Corrí hacia el monasterio lo más rápido que pude. Hasta que mis piernas ya no daban abasto. Padre me gritaba que retrocediese y que parara. Pero lo ignoré totalmente. Me detuve frente al monasterio. Un montón de gente se amontonaba frente a él del mismo modo. Todo estaba ardiendo. ¿Cómo podía haber ocurrido tal cosa? Lo único que podían visualizar mis ojos eran un cúmulo de gente intentando apagar las llamas. Entre ellos se encontraba Marcos. El pobre sufrió incluso quemaduras en un brazo, en su intento de ayuda. No se sabía cuanta gente podía haber involucrada en ese incendio. Y no se supo hasta la mañana siguiente. El incendio tampoco se consiguió apaciguar completamente. Se acabó apagando solo al cabo de muchas horas.
Al día siguiente, se celebró un gran duelo y entierro por todos los que habían fallecido aquella semana. Habían conseguido rescatar casi todos los cadáveres del incendio, eran más de cincuentas personas muertas. Además también se había intentado encontrar una respuesta a la muerte del juglar, pero nadie sabía nada. ¿Habría sido una coincidencia el incendio y la desaparición de mi madre y mi hermana a la vez? ¿O estaban los dos hechos relacionados? Acudimos al entierro común. Todo era muy extraño. La gente del pueblo no dejaba de preguntar por mi madre y mi padre no hacía otra cosa que excusar la huída de esta inventando otras explicaciones.
Regresamos a casa, yo no estaba muy animada. Acababan de enterrar a Fermín. La verdad era que no estaban seguros del todo de que uno de los cadáveres fuese él. Pero el cura de la iglesia Santo Domingo decía haber reconocido uno de los cuerpos como el suyo. Me disponía a acostarme, cuando encontré una especie de carta asomando un poco debajo del colchón. La carta estaba escrita con pluma y tinta negra. La caligrafía era de mi madre, la sabía reconocer muy bien. Además ella misma se identificaba en sus líneas. “Sé que nunca me perdonarás haber hecho lo que hice. Perdóname hija. No tenía otro remedio. Tampoco puedo decirte donde iremos pero estaremos bien aunque lejos.
Pasaron los días y las semanas. Padre y yo nos quedamos viviendo solos
en casa. La situación era muy incomoda para los dos. Isabela fue despedida. Despedida. Nunca entendí muy bien por qué. Otro esclavo comenzó a trabajar para nosotros entonces. Un día de aquellos tantos, Marcos, el escudero de mi padre, que había estado fuera casi todo el día vino a mi casa. Estaba nervioso y emocionado. Decía que quería hablar con mi padre, pero este no se encontraba allí, porque Entonces habló con migo.
- Se han obtenido noticias sobre el paradero de tu madre y de tu hermana. Te sorprendería mucho escucharlas.

...

Por María Celia Moreno Cara

2 comentarios:

  1. Muy bueno. La parte descriptiva y narrativa y la mezcla de amabas en el transcurso de la historia son brillantes.
    Si tuviera que poner algún reparo, aunque me cuesta:
    - La ortografía:¡Valla!/ vaya
    ¿Cómo vamos Ha volver..?/ a, preposición.
    No le dí/ No le di.
    Padre, echo una furia/ hecho...
    - La historia tiene un aire contemporáneo, moderno...
    - Son siervos, no esclavos.
    NOTA: un "pedazo de...10"
    La historia promete; podrías continuarla y resolver todas las incertidumbres que has dejado abiertas. ¡Ánimo!

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  2. Jomin dijo...

    Muy bueno. La parte descriptiva y narrativa y la mezcla de amabas en el transcurso de la historia son brillantes.
    Si tuviera que poner algún reparo, aunque me cuesta:
    - La ortografía:¡Valla!/ vaya
    ¿Cómo vamos Ha volver..?/ a, preposición.
    No le dí/ No le di.
    Padre, echo una furia/ hecho...
    - La historia tiene un aire contemporáneo, moderno...
    - Son siervos, no esclavos.
    NOTA: un "pedazo de...10"
    La historia promete; podrías continuarla y resolver todas las incertidumbres que has dejado abiertas. ¡Ánimo!
    5 de diciembre de 2011 09:36

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