lunes, 5 de diciembre de 2011

La huida del juglar.

La huida del juglar.

-Ayer, día veintiocho,
una batalla sucedió.
La poderosa Castilla
se enfrentó
con la hermosa Aragón.
¿Queréis saber lo
qué ocurrió?
¡Escuchad, escuchad!
Prestar atención
No os distraigáis,
Algo terrible pasó.
-¡Adoooooooooolfo, Adolfo! ¡Huye, corre, no pierdas el tiempo contando la batalla! ¡¡¡Huye!!!
- ¿Pero qué pasa mi querido amigo? ¿Por qué debo huir? ¿Qué ha ocurrido?
- Su majestad le está buscando.
- ¿A mí? ¿Qué he hecho yo? Yo tengo la conciencia y mi alma bien limpia.
- Le acusa de haber tenido trato directo con su hermosísima hija. ¿Es verdad?
-¿Yo? ¿Trato directo con la hija del excelentísimo rey? No puede ser. Yo sabía que alguien de mi oficio se veía con la hermosa Catalina. ¿Pero yo? ¿Yo no he hecho nada?
- Confío en ti. Sé que me estás diciendo la verdad, incluso yo, Alonso Gutiérrez juro por mi vida no dudar de tus palabras. Pero el rey es el rey, puede hacer todo, él tiene todo el poder. Es el rey. Así que ahora mismo ¡huye! ¡Por favor huye, no discutamos, no pongamos tu vida en peligro! ¡¡CORRE!!
- ¿Pero a dónde voy? No tengo nada, no tengo familia, no tengo amigos, nadie en otras villas. ¿Qué va a ser de mí? Te voy a perder. Tú eres mi único amigo.
-Me he informado que un carro sale de Buena Vista con destino a la villa de Tormantos. No saldrás de Castilla. Pero Tormantos es una villa muy pequeña, nadie te reconocerá.
- Gracias, gracias. Cogeré mis pertenecías y me iré para la plaza. Gracias Alonso. No sé qué haría sin ti. Me voy, antes de que sospechen algo. Adiós.
- Por un gran amigo, uno hace cualquier cosa. Sí, sí, vete ya. Venga, adiós. Te aseguro que de mi boca no saldrá ni una palabra.
Adolfo se va a su aldea rápidamente. Coge sus pertenencias y muy veloz se va a la plaza del pueblo. Llega tarde, pero cree tener posibilidad de poder convencer al dueño del carro. No pierde la esperanza.
-¡Por favor, párese! Necesito irme con usted. Por favor déjeme ir, no le molestaré. Es muy urgente. Mi vida está en peligro. Me acusan de algo que no he hecho. No merezco morir. Póngase en mi lugar. ¿No le gustaría morir acusado de algo que no ha hecho? Pero por culpa de un insignificante hombre, el rey. Tengo que huir.
-¿Cómo se le ocurre hablar de esa manera de su majestad el rey? Súbase, pero si alguien le pregunta algo que me perjudique, yo no existo. Venga, rápido, que ya llego tarde.
- Gracias, no sé cómo podré agradecerle esto. Gracias
- No me tiene que agradecer nada, yo sólo estoy haciendo mi trabajo, pero le agradecería que estuviese más calladito. ¿Vale?
Tiene mucho miedo, nunca ha sentido tanto miedo. No sabe qué hacer, ni lo qué le harán. No sabe cómo debe actuar ante esta situación. Él ha oído a la gente hablar sobre situaciones parecidas a la suya. En muchos casos habían sido juzgados por la Inquisición; otros han huido y han rehecho su vida; y los que han huido y han sido pillados, en algunos casos los han matado o se los han llevado al campo como esclavos. ¿A quién se le habrá ocurrido acostarse con Catalina? ¿Por qué le ha ocurrido esto a él? ¿Qué ha hecho él para merecerse esto?
Por un momento se para a pensar en todo lo ocurrido en su vida, en lo que va a dejar atrás, en lo que va a hacer a partir de ahora. Mientras piensa, se le nubla la vista y se queda fijamente mirando al barril en el que está metido; le entra un cosquilleo en el cuerpo, no sabe cómo reaccionar ante este acto. Todo es demasiado difícil para una persona tan sencilla como él. Ha salido de su rutina y ve como el mundo se le cae a sus pies. Está sintiendo algo que nunca le hubiera gustado sentir, y mucho menos, las circunstancias que le hacen sentirse así. Se siente inútil. Se repite una y otra vez: ”No valgo para nada. No valgo para nada…”
Tras un largo y duro viaje. Adolfo, por fin ha llegado a la villa de Tormantos. Sale del barril, le cuesta un poco incorporarse, ya que ha estado cuatro horas metido en él. Durante esas cuatro horas ha estado meditando y ha llegado a una conclusión. Ha decidido cambiar su identidad, lo que conlleva cambiar de nombre, trabajo...
-¡¡Arrea juglar!! Perdona, ¿Cómo os llamabais? ¿Adolfo?
-¿Adolfo? No, me llamo Lucrecio. ¿Y qué ha dicho de juglar?
-Usted es juglar, ¿verdad?
-¿Yo?, ¿Juglar? Pero que tonterías dice. Yo soy… yo soy maestro, sí, maestro.
-Pues nada, maestro Lucrecio, ya ha llegado a su destino.
Adolfo se queda parado en medio de miles de hectáreas de campo. La mayoría de pimientos y uvas. No sabe qué hacer, pero decide empezar a andar camino de Villa Tormantos. Lo malo es, que no sabe en qué dirección debe andar. No se ven casas por ningún lugar, ni caminos por los que continuar. Se puede decir que está perdido en medio de pimientos y uvas.
Tras un buen rato andando, llega al pueblo. Es más grande de lo que se esperaba. Hay varias casas. Muchos niños jugando en la calle, madres hablando entre ellas y abuelas en los balcones, supuestamente cosiendo, con las orejas pegadas a las paredes o atentas a cualquier cosa de interés Decide presentarse, como anteriormente había dicho, con nombre de Lucrecio y con profesión de maestro de escuela.
-Buenas tardes. Miren, vengo de Buena Vista. Estoy buscando trabajo como maestro. Y me han dicho que aquí hay una escuela. ¿Con quién debo hablar?
-Bienvenido a Villa Tormantos. Es un placer recibir a gente tan joven como usted. Pensábamos que nadie más nos iba a visitar. Con respecto a lo de la escuela le tiene que preguntar a don Jimeno. Él se encarga de la escuela. Le puede encontrar en la taberna que hay a la izquierda. No se olvide, pregunte por Jimeno.
-Muchísimas gracias señora. Se agradece que gente tan amable como usted me reciba.
Adolfo se dirige a la taberna. Le causa buena impresión el pueblo. Nadie sospecha nada, y eso es lo que más le gusta. Entra en la taberna. Está repleta de gente. ¿Cómo va a encontrar a don Jimeno?
-Buenas, ¿Dónde podría encontrar a don Jimeno? – Le pregunta al tabernero.
-Pues, está jugando a las cartas. Yo de usted esperaría a que terminase. Le molesta mucho que le interrumpan, y más si es en una partida de cartas.
-Gracias por su consejo, siempre es bueno saberlo. De todas formas me acercaré.
-Tenga cuidado – ambos se ríen.
Adolfo, con un poco de miedo, vergüenza y unos cuantos nervios, se acerca a la mesa donde están jugando a las cartas. El tabernero no le ha dicho nada sobre su aspecto por lo que ahora le entra una duda. ¿Quién es don Jimeno? Decide esperar y pensar en cómo le va a hablar. Ya han terminado de jugar la partida. Cree que ya sabe quién es don Jimeno
-Perdone, ¿Es usted don Jimeno?
-Sí, ¿Quería algo?
-Sí. Soy maestro y me han dicho en el pueblo que usted es quien se encarga de la escuela de Villa Tormantos. Me gustaría saber si puedo ejercer aquí.
-Como usted mismo ha dicho, yo soy quien me encargo de la escuela. Pienso que usted podría ser perfectamente nuestro maestro. Se le ve expresarse muy bien, tiene un amplio vocabulario y presenta una soltura que es imprescindible para llevar a cabo esta profesión. Sinceramente, me encantaría. Antes de dar clase, me gustaría que presenciara cómo realizamos aquí nuestro trabajo. Si le parece bien, mañana se pasa a las ocho y media por la escuela.
-Perfecto. Pero, ¿Me podría decir dónde está el colegio?
-Para que no tenga usted duda, y no se pierda quedamos aquí, en la taberna, a las ocho.
- Otra pregunta. ¿Dónde me podría hospedad esta noche?
-Tenemos una posada muy cerca de aquí. Salgamos fuera y se lo explico.
Adolfo recibe las explicaciones de don Jimeno. Ya sabe donde se va a hospedar. “Por lo menos tengo cama y un techo donde poder refugiarme el primer día”, piensa. En realidad le ha caído bien. Se lo imaginaba más serio, pero, se ha llevado una sorpresa, en el lado positivo.
-Muchísimas gracias. Mañana nos vemos.
-De nada. Habrá que tratar bien a los pocos visitantes que tenemos. Si no, aquí no viene nadie. Si tiene algún problema yo vivo en esta misma calle. Descanse usted bien, que mañana le espera un buen día. Hasta mañana.
Está tumbado. Ya ha cenado. La mujer le ha dado de cenar y mañana le dará el desayuno. Le ha dicho que hasta que no obtenga alguna ganancia ella lo alimentará.
Está feliz. No se imaginaba que las cosas ocurriesen de esta forma. Ha sido demasiado fácil. Pero tiene un presentimiento de que hay gato encerrado. Mejor no pensar en el futuro, prestemos atención al presente que es lo importante, lo que estamos viviendo ahora. Echa de menos a Alonso, y eso que llevan medio día sin verse. Decide dormir y descansar. Le duele todo el cuerpo. Ha estado más de cuatro horas sin salir de un barril. Necesita un buen descanso.
-Despiértese señor. Me ha dicho don Jimeno que le despertase. Preveía que se quedase dormido.
-Buenos días señora. ¿Qué hace usted aquí?
-¡Levántese! Va a llegar tarde. ¿No recuerda que quedó con don Jimeno? Dese prisa, son las ocho menos cuarto y han quedado a las ocho.
-¡Virgen santísima! Muchas gracias por despertarme. Menos mal.
Adolfo se viste rápido. Coge su cartera y sale deprisa hacia el comedor. Llega y ya tiene el desayuno preparado. Se bebe la infusión deprisa y corriendo y sale a la puerta. Se dirige a la taberna. Le resulta fácil andar por las calles de Tormantos. Ha elegido un buen pueblo. Llega y ve que ya está don Jimeno.
-Buenos días. ¿Cómo ha dormido usted?
-Bastante bien. Pero me he quedado dormido. Menos mal que Martina, la dueña de la posada, me ha despertado.
-Ya lo preveía yo. Por eso se lo dije ayer. Pero no pasa nada. ¿Nos vamos a la escuela?
-Vayámonos.
Se dirigen a la escuela. Don Jimeno y Adolfo van conversando.
-Esta va a ser la escuela donde usted va a trabajar. Hemos llegado un poco tarde, pero no pasa nada. Nos pasaremos por la clase y se irá presentando. Va dar clase a un pequeño grupo de zagales.
-Empecemos. Estoy ansioso.

Llegan a la clase. Don Jimeno se va y le deja con el mando.
- Hola, me llamo Lucrecio, a partir de ahora voy a ser vuestro maestro. Me gustaría conocer todos vuestros nombres, y para eso vamos hacer un juego.

Después de hacer la actividad. A Adolfo se le ocurre una idea. Los niños le van a ayudar a planear su futuro. ¡Qué mejor que la imaginación de un niño!
-Una vez ya aprendidos todos los nombres, os voy a mandar un escrito. Escuchad: Imaginaos que sois un juglar y sois acusados por el rey de haberos acostado o haber mantenido una relación con su hija. Ustedes deben huir de su villa por miedo a que el rey les mata. Redactadme, qué harían ustedes ante esa situación.
Una vez ya en la posada, Alfonso empieza a leer las redacciones de sus alumnos. Empieza a leer y ve:
Yo, si estuviese en el lugar de ese juglar actuaría de la siguiente forma: Huiría al sitio más lejano de Villa Tormantos. Una vez allí empezaría a contar mi historia, para que todos los ciudadanos supiesen lo que el rey de la poderosa Castilla hace con personas inocentes.
Como buen juglar que sería, lo iría contando por toda mi villa. Me gustaría que todos los ciudadanos supiesen lo que le ocurren a ciertas personas, por culpa de otras.

Si yo fuese un juglar y estuviese en esa situación, iría a visitar a la princesa, y le contaría lo ocurrido. Mejor decir la verdad y no vivir con miedo. También me gustaría visitar al rey, y contarle que antes de juzgar a una persona, tuviese la información suficiente para hacerlo.
Yo no tendría el valor de hacer nada. Ni de huir, ni de quejarme, ni llorar. Soy un cobarde, sí. Tendría que estar en esa situación y sufrir lo que han sufrido muchas personas. Porque yo puedo decir una cosa, pero si estoy en esa situación actuaría de forma contaría. No utilizaría la cabeza, haría caso a mi corazón. Instinto de supervivencia.
Yo si estuviese en esa situación intentaría saber quién ha sido el que verdaderamente se ha acostado con la princesa. Cuando ya tenga localizado al hombre me batiría en duelo. Ahora ya tendrá motivos para juzgarme por haber retado a una persona, y además me hubiese quedado en la gloria.


Adolfo lee y relee las redacciones. Le gustaría ser como ellos, no tener ninguna preocupación, ser felices, disfrutar de la vida… Simplemente, ser libres. Le ha sorprendido las cosas que harían los niños. Cosas que a una persona adulta no se le hubiese pasado por la cabeza bajo ningún concepto.
Se acuesta. Descansa
Al día siguiente se levanta a la hora. El gallo ha cantado a la hora que él quería levantarse, pero si no era así, le avisó a Martina que le despertase. Va camino de la escuela. Tiene una sorpresa preparada para sus alumnos. Entra en la clase y empieza a hablar:
-Ayer estuve corrigiendo las redacciones. Me habéis dado buenas sugerencias.
-¿Cómo que te hemos dado buenas sugerencias, maestro?
-Esa es la cuestión. Yo soy el juglar que está en esa situación. Yo he sido el desafortunado esta vez. A mí el rey me ha acusado de haber mantenido relaciones con la princesa Catalina. Yo he sido quien ha tenido que huir para poder seguir vivo. Por eso, os pedí esta redacción. Necesitaba que alguien me dijese o me sugiriese lo que él haría en mi lugar. Vosotros habéis sido los “afortunados”, habéis sido los elegidos. Y yo como buen juglar y persona que soy, os voy a hacer caso. He escogido unas cuantas redacciones y voy a cumplir lo que vosotros haríais si estuvieseis en mi lugar.
-Adolfo, ¿Puedo ir con usted?
- ¡Y yo!- dijo un alumno
- ¡Yo también!
- ¡Me apunto!
- ¡Basta! ¿Pero qué tonterías decís? ¿Cómo os vais a ir de vuestra casa, dejando a vuestra familia…?
- Maestro, nosotros no tenemos familia, no somos nadie en este mundo. Somos huérfanos, y a nosotros no nos quieren. En un futuro nos convertiremos en esclavos. Es lo máximo a lo que podemos aspirar. Además, muchos de nosotros somos hijos de juglares que han tenido que huir. Han estado en tu misma situación, y no queremos ver a más niños huérfanos como nosotros, por culpa del excelentísimo rey.
- Es verdad maestro. Encima, tú has sido engañado por don Jimeno. Ha visto la oportunidad de que seas maestro de un orfanato, ya que nadie quiere educar a unos huérfanos
- Por favor… no digáis tonterías. ¡Basta de bromas!
- Maestro, ¿podemos ir con usted?
- Sí. Por favor, no nos dejes aquí solos.
- Bueno, ya veremos. Me lo tendré que pensar.
- Maestro, no pienses nada. Mejor morir por un acto de valentía que de cobardía. ¿No crees?
- Venga, vale. Mañana por la mañana, después de que don Jimeno haga la visita rutinaria de todas las mañanas, cogeremos todas las cosas necesarias y nos iremos al pueblo más cercano y empezaremos a contar lo sucedido. ¿Os parece bien?
- Perfecto, pero ¿no sería mejor que nos fuésemos de madrugada?
- No, porque en ese caso don Jimeno sospecharía algo. Le pondremos la excusa de que nos vamos de excursión y nos quedaremos a dormir en casas de unos conocidos míos.

Adolfo, satisfecho, aunque con un poco de miedo, se va a su casa. Piensa en los niños, en realidad, son bastante valientes. Prepara las cosas para mañana. Coge todos sus ahorros, la ropa y le pide a Martina comida. Una vez todo listo se acuesta. Siente que la barriga se le mueve demasiado, parece que las tripas se le van a salir. Una sensación muy extraña. Al cabo de un rato duerme.
Ya es de día, se ha despertado antes de que cantase el gallo. No ha dormido bien, ha tenido pesadillas. Se levanta, se viste y rápido se va a la calle de camino al orfanato. Cuando llega ve a todos los niños listos. Sólo falta que pase don Jimeno, y ya se podrán ir. Hablan sobre lo que van a hacer. Primero irán a la villa de al lado, Fresno, luego se irán para Santo Domingo y en esa dirección avanzarán. Algunos niños han preparado algunos papeles en lo que ponen lo que van a decir. Están eufóricos, se les ve felices. Justamente al contrario que Adolfo.
Ya ha pasado don Jimeno. Se ha creído lo de la excursión. Y ya están de camino a Fresno.

Pasan los días y van propagando, pueblo por pueblo sus historias. La gente se queda boquiabierta cada vez que los niños y Adolfo cuentan sus experiencias. No se lo pueden creer.
Están consiguiendo todo lo que querían lograr, que la gente se entere de lo que ocurre, y decirles que todos están en peligro.
Un día esa suerte se acabó. Al rey le sentó mal que hablasen de él, sin él saberlo. Por eso, envió a sus soldados para que los capturasen. Estuvieron más de dos semanas metidos en un calabozo. Solo bebían la escasa agua que les proporcionaban. Pero no se rendían. Le hicieron saber al rey, por qué estaban allí, mediante un trabajador suyo. Pero el rey, siguió con sus ideas.
Una vez ya pasadas tres semanas, trasladaron a los niños y a Adolfo a otro calabozo. El calabozo, en el que se metían a los que iban a ser juzgados por la Inquisición.
Todos murieron. Pero siempre serán recordados aquellos niños huérfanos de la Villa de Tormantos y el juglar-profesor de esos niños.
Cumplieron con su promesa. Le hicieron saber al rey, el porqué de sus quejas. No querían que más gente muriese por culpa de su palabra. No querían ver a más niños sin padre, no querían que todo siguiese así. Una vida injusta para unos y una vida con lujos inmerecidos para otros. Lucharon por conseguir cambiar eso, pero se quedaron en el intento…



Nerea Callejón Calvo 3º ESO C

1 comentario:

  1. Sólo puedo decir...¡FANTÁSTICO!De lo mejor que he leído, junto al trabajo de Yeray Cara. El romance inicial me ha puesto los pelos de punta. Muy original y espectacular. Bravo:
    NOTA:10+

    ResponderEliminar