miércoles, 7 de diciembre de 2011

trabajo 3 ESO Yeray

AMIGOS DE SANGRE




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Por: Yeray Cara Santana 3ºD.
Un caballero feudal a caballo se acercó al Padre Juan, éste no le dijo su nombre, sólo se limitó a darle una serie de cartas, tras quitarse el casco abollado el monje observó un rostro mutilado con claras marcas de guerra y en sus ojos había un profundo abismo de miseria pero aún así, tenía el pulso firme y la voz clara.
-El general Alonso quería que se difundiera la historia y también como último deseo del lancero Francisco os pide que le entreguéis una copia al juglar Enrique para que lo adapte al mester de juglaría.
-Así será. -Dijo el moje mirando por encima las cartas.- Todo sea por la gracia y la memoria de los valientes de Valencia.
Sin decir palabra se dieron la espalda y cada uno se fue por su lado. El Padre Juan era como todos dicen un gran siervo de Dios y de todos los monjes de la ciudad, él era uno de los mejores ejerciendo el mester de clerecía, por eso todos acudían a él para difundir grandes historias, pero esta era una muy especial por la que paralizaría todo su trabajo. Al día siguiente se acercó a la casa del juglar al que ya se conocían y con pocas explicaciones se pusieron a adaptar esa historia que todos debían conocer.
Pasaron tres días de trabajo incesante para poder tener listo el relato para el domingo. En poco tiempo se supo que la historia se daría a conocer por ambos el domingo, uno en la catedral y otro en la gran
plaza de Valencia, cada uno con su respectivo público y escenario.
Al fin llegó el gran día, la catedral se hallaba llena de nobles y la plaza de la ciudad de campesinos y otros estatus sociales. Justo a las doce y media, después de la misa el monje se acercó al altar y empezó a prepararse para narrar la historia, instantes después de orar un poco y besar
la santa cruz comenzó a recitar la obra. El juglar en la plaza, entonó su laúd y comenzó a cantar para su público.



(Marzo de 1476)
El consejero de Don Alonso se dirigió a él con voz potente mientras éste revisaba su correo en su alcoba:
-El diplomático de los reyes católicos ha entrado en palacio y exige veros inmediatamente marqués.
-Aunque sea el diplomático de los reyes no debería exigir nada y también no estaría de más que avisara un día antes de su llagada pero bueno, hazle pasar.-Dijo
mientras reunía y guardaba las cartas.
El joven diplomático entró apresurado, iba sudoroso y bastante jadeante pues ha recorrido la mitad del palacio y subido dos plantas para entregarle la urgente carta con el sello de los reyes de las Españas.
-Señor marqués -Intentó recuperar el aliento.- perdona que no haya avisado antes de mi llegada a su palacio y que parezca un sucio campesino pero creo mi señor que esta carta es más importante que cualquier apariencia.
El enviado se la entregó con el pulso tembloroso y el corazón acelerado por los nervios. Mientras Alonso ojeaba la carta por encima y el magnífico sello de la realeza el diplomático se adecentó un poco e intentó recuperar la compostura que tanto tuvo que entrenar y perfeccionar.
-Veo que para presentarse de esa forma tan inesperada, tiene que ser de gran urgencia el contenido de esta carta. ¿Usted sabe de qué se trata?
-No mi señor.-El diplomático no quiso ocultar su preocupación.-
-Entonces debe de ser realmente delicado.-Alonso abrió lenta y cuidadosamente la carta y empezó a leerla poniendo cada vez más preocupación en su lectura.- Estamos en peligro. Diplomático, muchas gracias por esta importante información, le aconsejaría que difunda las demás cartas con el sello de la
corona lo más rápido posible pues las Españas tal y como la conocemos van a cambiar muy pronto.
-Señor.-Se dirigió estremecido al noble, ¿se puede saber qué trágicas noticias le han estremecido el corazón de tal manera mi señor?
Don Alonso miró al enviado con la cara prácticamente desencajada y únicamente le dijo:
-Por favor, haga lo que le he pedido pues aquí ya ha terminado su labor.
El diplomático se fue bastante avergonzado casi castigándose por haber pedido explicaciones a un noble como si fuera un niño. Tras estar Alonso y su consejero a solas, éste se le acercó y le preguntó a su amo con el que tenía muy buena confianza.
-Mi señor, ¿qué ha sucedido con los reyes católicos?
-Las relaciones con Francia y Sacro Imperio Romano se han evaporado como agua al fuego, nos hallamos en guerra abierta con estas dos grandes potencias occidentales.
-¿Y no tenemos la ayuda de ningún otro imperio de la cristiandad?
-Me temo que solo Sicilia, y esta se encuentra en guerra con los moros. Pero lo que más me preocupa es que ahora van a aprovechar todos los reinos con los que tengamos malas relaciones par urgar todo lo que puedan en esta guerra.
-¿Y los Estados Papales…?
Alonso miró a su consejero con un gesto de negación.
-Estamos solos, y lo que quieren los reyes católicos es que les apoyemos en la defensa de las Españas pero es que ese es el problema,-se quejó el noble levantándose de su asiento.- que sólo tenemos la guarnición mínima para defender esta ciudad.
-Entonces, ¿qué piensa hacer?
Tras un largo silencio, Don Alonso respondió.
-Recurrir a los campesinos. -Cayó un momento.- En una semana quiero a las once justas en la plaza del cuartel 225 campesinos con unos mínimos conocimientos militares, 20 cazadores, 40 soldados normales y llama a 60 caballeros feudales alistados para partir en dos mes para León.-Dijo tranquilamente Alonso.- ¿Entendido?
-Sí mi señor, ahora mismo ordeno que los recluten.
Hallándose solo, Don Alonso hizo cuentas de lo que le había exigido a su consejero y se anunció a sí mismo.
-Juntando a los oficiales, los soldados y a mí, somos unos…350. Los 350 de Valencia.
-Dijo complacido.-
En ese momento, Alonso cogió un papel y empezó a escribir en verso todo lo que había sucedido en su alcoba como buen hombre de letras que era.
Durante esa semana, tuvo que zanjar varios asuntos pendientes sin importancia y se reunió con los otros cuatro generales que le acompañarán en su viaje como unidad de refuerzo para las Españas.
En ese momento, el pequeño Francisco estaba entrando en la pequeña granja que pertenecía a su familia aunque debido a los impuestos de la nobleza, del clérigo y de los reyes, hace que apenas sobrevivan su familia y él. Pero lo importante para ellos era que la familia seguía unida y que aunque
los impuestos eran altos, no les faltaba comida gracias al aprovechamiento de la parcela y a la gloriosa fertilidad del terreno.
-Francisco hijo, ayuda a tus hermanos con estas coles que están bien agarradas a la tierra.
-Sí padre, ahora voy. Perdona que me haya retrasado escuchando las historias del juglar. Esta vez venía de Soria.
-¿Sigues soñando con ser un caballero feudal?-Añadió su hermano José -En total eran los padres, dos hermanas, dos hermanos, y otro u otra en camino por dos meses.-
-Ya no, pero sé que podría aspirar a pertenecer a un milicia de lanceros.
-Créeme Francisquillo, las historias épicas no están hechas de lanceros, y mucho menos de lanceros-campesinos.
-¿Y por qué no? las hazañas no entienden de sangre.
-A callar malditos. -Bromeaba el padre casi en serio- ¡Debería darle sólo a vuestras hermanas la cena de hoy porque con vosotros dos vaya alegría que llevamos encima!
-¡Ay padre, no por favor, que ya estamos lo suficientemente alimentadas como para pedir más! -Hablaban las hermanas entre risas.-
-Venga, vamos a prepararnos para cenar que ya es tarde, -Decía el padre mientras recogía los utensilios del campo- Francisco, mañana iras con Lucía -(la hermana pequeña)- a la ciudad que vamos a necesitar carne, queso y un poco de pienso para las gallinas.
-Sí padre, tendré cuidado de Lucía y te prometo que no me pararé ante ningún juglar.
-Más te vale que sea así.
Los siguientes días pasaron con una relativa normalidad hasta que un jueves se acercaron a la granja y a las demás de los alrededores un grupo de soldados y un emisario procedentes del palacio del marqués Don Alonso. Cuando ya había un grupo decente a la escucha, el emisario anunció que se necesitaban campesinos fuertes y con un mínimo de formación militar para ayudar a Don Alonso en su campaña para ayudar a las Españas, pero no dijo contra quién. Casi por obligación se fueron seleccionando a varios mozos jóvenes entre ellos José, mientras algunas madres se lamentaban por la
inevitable pérdida de sus hijos.
-Nos hace falta a uno más, ¿hay algún voluntario?
-¡Yo! -Dijo abriéndose paso el pequeño Francisco de tan sólo quince años-
-¡No hijo, no voy a perderte a ti también! -Dijo lamentándose su madre.-
-Madre, sé que no quieres perderme y que quieres protegerme, pero esta es mi oportunidad de poder llegar a hacer algo importante en mi vida. Madre José y yo cuidaremos el uno del otro, por favor, déjame intentarlo, por ti, te sentirás orgullosa de mí. -Decía Francisco cada vez más alejado de su madre por los soldados.- -¡Hijos, hijos!-Gritaba la madre cada vez histérica y retenida por el padre.-
Ha pasado una semana desde que Alonso dio la orden de reunir a todas esas personas en una fortaleza alejada de la ciudad. Los grupos estaban ordenados por rango y función, los campesinos a un lado, los caballeros feudales a otro…
-Os he reunido aquí a todos debido a una guerra que es inevitable y que se va a producir dentro de poco cerca de León, pero no contra otros españoles, sino contra los franceses y los de sacro imperio romano. Vais a recibir un adiestramiento especializado durante dos meses dependiendo de vuestro rango.
Veamos, los soldados os convertiréis en piqueros, a los caballeros feudales se os convertirá en una unidad feudal con más tácticas militares, los cazadores os convertiréis en ballesteros con pavés y los campesinos en una milicia de lanceros. Yo entrenaré a los lanceros, los demás, esperad aquí a vuestros generales.
Alonso se llevó a los campesinos a un campo de entrenamiento común y se les repartió un escudo ligero y un palo endurecido con protección en los extremos.
-Ahora combatiréis entre vosotros para saber en cuál de los tres grupos se os distribuirá, del más especializado al menos especializado. Por cierto, todas las unidades procedentes de Valencia responderéis como grito de guerra: ¡Uh ah! ¿Entendido?-No obtuvo respuesta- ¿Entendido? -Dijo con voz más grave.
-¡Uh ah! -Dijeron todos a la vez-
-¡Eso está mejor!
Los lanceros-campesinos estuvieron toda la tarde probando su resistencia y tácticas de ataque propias hasta que sólo quedaron tres hombres: José, por su fuerza bruta. Francisco, por sus conocimientos en
tácticas de ataque y defensa. Y un tal Antonio, que prácticamente era una mezcla de los dos hermanos.
-Está bien. Estos serán vuestros puestos. Tú José, irás como general del tercer grupo, tú Antonio, irás como general del segundo grupo y tú, serás mi mano derecha, por lo que irás conmigo en el primer grupo como segundo al mando de los tres grupos. ¿Entendido?
-¡Uh ah! -Gritaron los tres a la vez.-
Las siguientes semanas estuvieron entrenando sin apenas descanso, recibiendo instrucciones y equipo característico de unidades mucho más especializadas. Pero un día todo cambió. A la fortaleza se acercó un emisario procedente de Toledo muy preocupado y la verdad es que se quedaba corto.
-Y bien, ¿qué es lo que ocurre? -Preguntó Alonso con cierta inquietud. A su lado se encontraba Francisco ya hecho un buen general, aunque todavía no dominaba bien la lectura, y mucho menos la escritura.
-Mi señor, -Respondió jadeante el emisario- traigo malas nuevas para vos, la batalla se va a adelantar un mes mi señor.
-¡Un mes! Pero entonces tendremos que partir ya mismo.
-Eso no es todo mi señor, las fuerzas de Pamplona y Zaragoza nos han informado de que no los pueden contener y que se repliegan a  León. Además, los moros están intentando entrar en territorios de las Españas por lo que los refuerzos de Toledo se van a retrasa unas tres semanas mi señor.
La única buena noticia es que Inglaterra no se suma a la guerra pues están escasos de hombres y creo mi señor, que si me permite decírselo, nuestra única esperanza es que los Estados Papales y el imperio de Milán respondan a nuestra llamada y nos ayuden al menos a repeler la primera oleada atacante mi señor.
-No sabía que Milán y los Estados Papales se sumaran a la batalla.
-Los sobornos mueven el mundo de los nobles mi señor. Y bien, ¿cuál es su plan mi señor?
-Ir a la batalla, tengo la esperanza de que los ejércitos enemigos se basen más en el número que en la experiencia pues sino, estaremos perdidos. Veamos, a mis hombres los hemos equipado y entrenado lo suficiente como para que resistan más de lo que se espera de una unidad normal que representan. Es decir, esperaremos que se crean que son unidades normales y corrientes para que cuando se enfrenten a ellos, vean que les vamos a dar una paliza. Además, actuaremos como una unidad de apoyo, no de ataque por lo que nos mostraremos tímidos a la batalla. También, nos moveremos rápidamente de puente en puente, por lugares estrechos pues somos más útiles agrupados que en lugares abiertos y con un poco de suerte, resistiremos hasta que lleguen refuerzos… Tras seguir aclarando unas cosas más, el general Alonso agrupó a sus lanceros, les dio unas últimas lecciones de ataque y los 350 de Valencia, partieron dirección a León. En ciertos tramos, hacían simulaciones de
una emboscada y les ordenaba a los lanceros formar y avanzar en schiltron (una formación en círculo compuesta por unos 75 hombres cuyos escudos y lanzas miran hacia afuera de una forma tan apretada que es casi impenetrable).
Al segundo día de partir, vieron que al otro lado de un puente, en una colina cercana había un grupo de unos 700 hombres con el estandarte de la corona francesa que formaban cerrando el paso hacia León.
-¡Soldados! Hubo una pequeña pausa- ¡Quiero a 20 lanceros dispuestos en dos filas horizontales en la entrada al puente!¡ Luego a los piqueros dispuestos en filas verticales tapando huecos entre los lanceros, los lanceros restantes también en líneas verticales creando filas alternas con los piqueros! ¡Y los ballesteros detrás! ¿Entendido? -A coro- ¡Uh ah! ¡Vamos, sólo son unos soldados mal adiestrados, vosotros sois mucho mejores!
Tras varias descargas de los ballesteros, los franceses se lanzaron al ataque. En las dos primeras filas de lanceros se encontraban los mejores de todos entre ellos Alonso y Francisco, que pese a sus diferencias de sangre se llevaban muy y ahora iba a luchar como hermanos por su vida.
-¡Aguantad!-Gritaba Francisco- ¡No les deis nada! -Decía más tarde.-
-¡Recordad este día! ¡Pues en este día, este día -Decía más fuerte- es vuestro y nadie podrá arrebatároslo! ¡Uh ah! -Gritaron más fuerte que nunca.
-¡Aguantad!-Prolongaba aún más Francisco.-
Cada vez más cerca los franceses, los gritos de ánimo que se lanzaban a sí mismos algunos soldados eran a pasos agigantados más y más ahogados hasta el punto de hacerles casi llorar, pues eran campesinos, no soldados, que ban a defender a los reyes que le quitaban sus cosechas, pero ahí aguantaban, como hombres expertos en el arte de la guerra.
El impacto de los soldados enemigos contra los valencianos fue atronador pero ni con la fuerza de empuje y los gritos en un idioma sucio para los españoles hicieron la más mínima mella en la cuidadosa formación de lanceros. Los ballesteros desde la orilla seguían lanzando descargas de flechas, los piqueros mantenían sus picas lo más firmes posibles y los pobres lanceros aguantaban y derribaban a sus enemigos lentamente sin abandonar la formación. Así es, uno a uno, soldado a soldado, enemigo a enemigo, todos caían ante los soldados-campesinos. Ya, casi todos aniquilados, los soldados empezaron a celebrarlo rematando a los enemigos moribundos.
-¡No hay prisioneros! ¡No hay piedad! -Gritaba orgulloso el general Alonso.- ¡Vuestra es la victoria! ¡Uh ah! ¡Uh ah!-Vociferaron a la vez.-
Durante ese día, no hubo más enfrentamientos, pero sí que tuvieron que adecentar un poco el puente para el paso y contar las bajas sufridas. Esa misma noche, Francisco se presentó ante el general y lo halló escribiendo versos en papeles sueltos.
-Una buena victoria la de hoy. -No obtuvo respuesta- ¿Es usted de leerme un poco de lo que ha escrito mi general? Todavía no domino bien eso de la lectura. -Se avergonzó un poco.-
- Todos eran amigos, Nobles y campesinos. Pues todos cantaban, Reían y cenaban…
-Para un general como usted sacar esas palabras tan bonitas después de una encarnizada batalla, es casi un milagro mi general.
El general se rió pero no dijo nada. A la mañana siguiente todos se levantaron con los primeros rayos de sol y partieron hacia León capital pero no llegaron muy lejos sin toparse con más enfrentamientos pero todos, absolutamente todos iban cayendo, debido a que creían que eran unidades ligeras y los enemigos los combatían con soldados ligeros y hasta que no luchaban con los valencianos cara a cara, no se daban cuenta de su mortal error.
Con las frases “¡No hay prisioneros!” y “¡No hay piedad!” como oración y “¡Uh ah!” como grito de batalla se abrían paso hasta León como si fueran descendientes del mismísimo Cid Campeador. Hasta que se toparon con un soldado de Sacro Imperio que hablaba castellano. A unos kilómetros de la capital.
-¡Mi general! -Gritó José.-
-¿Qué pasa?
-Mire mi general, un aventurado a hablar nuestra lengua.
-¡Vuestra tierra sucumbirá, vuestra mujeres serán nuestras, vuestros hijos serán esclavos! ¡Y vosotros, vosotros os pudriréis en fosas comunes! -Hizo una pausa para hacerles más tarde un advertencia.- ¡Nuestras flechas incendiarías quemarán vuestra tierra!
-¡Pues lucharemos en el infierno! -Vaciló el general Antonio del segundo escuadrón.-
-Ya sabes José. Sin prisioneros. -Ordenó Alonso al soldado.-
Alonso hizo llamar a un caballero feudal al que le dio sus cartas y le dijo que se las entregara al Padre Juan para que la historia se difundiera tanto para nobles como para campesinos por petición del soldado Francisco. El caballero se alejó al galope hacia la ciudad con el recuerdo de los 350 de Valencia.
-¡Cubriros! –Vociferó un soldado con un grito desgarrador.-
Sólo se escucharon los silbidos de las miles de flechas enemigas y como se chocaban con los escudos de los soldados españoles. Cuando la descarga terminó, nada más levantarse los soldados ya se encontraron con los caballeros feudales acabando la faena de las flechas creando decenas de bajas valencianas. Uno a uno, los españoles caían ante las unidades expertas francesas sin poder hacer nada, solo esperar su turno a ser aniquilados frente a las puertas de León. El escudo les pesaba lleno de flechas, el brazo les fallaba pues llevaban horas luchando, la armadura les asfixiaba, les daba mucho calor, todos caían, todos morían, tanto noble como campesino, pero ninguno huía debido a que su función como unidad de apoyo ya estaba hecha al ver las banderas con el emblema de los Estados Papales y el imperio de Milán.
-Señor. -Agonizó Franciscoen el suelo.- Han llegado los refuerzos.
-Hemos cumplido soldado. Hemos cumplido.
Y ambos se dieron la mano y cerraron los ojos para siempre

Tanto en la plaza de la ciudad como en la catedral de Valencia, todos estaban absortos escuchando al
monje y al juglar algunos incluso llorando de la sinceridad de las palabras de ambos narradores. Tras terminar, hicieron una reverencia y el silencio estalló en un mar de aplausos. Todos habían cumplido su función esos días, recordando y haciendo honor a los descendientes de Cid Campeador, haciendo honor a los 350 de Valencia.

2 comentarios:

  1. Genial, fantástico...Lo mejor que he leído hasta ahora.
    Me gusta un montón que uses dos historias, reflejo de los dos mundo separados de la Edad Mdeia, y que confluyan en un personaje. Me gusta que introduzcas los conocimientos de la teoría de clase y tu afición por los ejércitos antiguos. me gusta que uses de forma personal la cultura que te aportan las pelis como 300...
    Historia muy bien trenzada y muy trabajada. me he permitido el lujo de alinear el texto, pero no se pude ver la imagen en la entrada del blog, a no ser que pinches en el enlace.
    Buen trabajo.NOTA:10 +

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  2. En realidad Gerónimo, la historia es mucho más larga y de verdad que he hecho un gran esfuerzo en resumir muchísimo la historia porque en serio que hay muchos más enfrentamientos y formaciones de las que aparecen, sobre todo detalles. Muchas gracias por tu comentario.

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